Spielberg lo ha vuelto a hacer

TEXTO: MIGUEL ANXO FERNÁNDEZ

FUGAS

cedida

Con «Ready Player One», el rey Midas del cine regresa a la fantasía más desbordante para llevarnos de la mano a una distópica sociedad del 2045, salpicada con múltiples referencias al universo pop de los ochenta

30 mar 2018 . Actualizado a las 08:30 h.

Confiesa Steven Spielberg que ha sido su rodaje más laborioso, con casi tres años transcurridos entre la preproducción, iniciada en marzo del 2015; el rodaje, con el primer claquetazo en verano del 2016; y buena parte del año siguiente para la compleja posproducción digital en la aliada e inseparable Industrial Light & Magic, de su amigo George Lucas, a la que regresa cuando toca regresar a su adorada ciencia-ficción, que no visitaba desde La guerra de los mundos (2015). Mientras con un ojo rodaba Mi amigo el gigante (2016) y Los archivos del Pentágono (2017), con el otro supervisaba la peripecia de Wade Wats (Tye Sheridan) y su compañera Samantha, con sus respectivos avatares Parzival y Art3mis en la sociedad distópica del 2045, en donde los seres humanos tienen la opción de evadirse y liberar su imaginación en el universo virtual de Oasis. Sobre todo cuando su multimillonario creador Halliday (en la piel de Mark Rylance, con su avatar Anorak), fallece ofreciendo su inmensa fortuna a quien logre superar tres pruebas de gran dificultad, al tiempo que la multinacional IOI, al mando del villano Sorrento (Ben Mendelsohn), persigue igual objetivo.

Sin duda que Ready Player One nace con vocación mainstream -su estreno simultáneo en medio centenar de países esta semana, así lo confirma-, algo que Spielberg reafirma, pero al mismo tiempo que adapta la novela homónima de Ernest Cline -publicada en el 2011 y comprada en galeradas por Warner Bross-, insiste en que más allá de someterse a las reglas del entertainment más puro, en el que es un auténtico number one -habría recaudado más de 8.000 millones de euros en pantalla con sus 30 largometrajes-, pretende plantear al espectador un debate muy en serio, el de la alternativa escapista, a través del amplio espectro virtual; o el de quedarse en la vida real y comprometerse socialmente.

Un Spielberg que afirma carecer de Facebook, con sus apéndices, y Twitter, al tiempo que reivindica la conversación mirando a los ojos. De hecho, la moraleja final del filme apunta en esa dirección, recordándonos a todos que la vida real es mucho más útil e interesante que la virtual. Pero para llegar hasta ahí y poder recrear en imágenes la propuesta de Cline, el papel de la Industrial Light & Magic se antoja determinante, al haber contribuido a vestirla en imágenes nunca vistas hasta ahora, y que sin duda ya garantiza al filme varios óscares el próximo año.

Muchos guiños

Pero la película es además un entusiasta homenaje a la cultura pop de los 80 -de la que Steven Spielberg fue gran contribuyente-, al estar plagada de guiños al cine, a los videojuegos y a la música de esa época, con referencias también a grandes clásicos, el más directo, King Kong (1933), que corta el paso a la primera prueba, pero también a filmes como Regreso al futuro (Zemeckis), Juegos de guerra (Badham), El gigante de hierro (Bird), El muñeco diabólico (Attenboroug), Todo en un día (Hughes), El resplandor (Kubrick), junto a videojuegos como Pac Man (1980), y, naturalmente, la música. La inclusión del compositor Alan Silvestri -un fijo en Amblin, la productora creada por Spielberg en esa década- para la banda sonora, redondea al acabado de un filme con un plus insólito, el de resistir varios visionados porque con uno no basta. Es tal el aluvión de propuestas que hasta el director Robert Rodriguez se suma a la fiesta al afirmar que «recompensa los revisionados», después de verla en el festival de lo interactivo de Austin -South by Southwest-, adonde acudió Spielberg con su equipo hace un par de semanas para una proyección sorpresa. Nadie duda, crítica incluida, que Ready Player One hará época.