Por Vega de Valcarce, detrás del lobo

JUAN CARLOS MARTÍNEZ EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

13 ene 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

Los que somos xente mariñeira sentimos una atracción invernal por la nieve que probablemente podrá compararse con la atracción que sienten los paisanos de la montaña por el lejano mar. Vamos, pues, a ver la nieve a Vega de Valcarce, que es León pero huele a Galicia.

Ver la nieve, sí, pero también, si hubiera suerte, oír el lobo, que canta sobre todo entre noviembre y febrero. Fue aquí donde lo vimos por primera vez. Era un animal lento y panzudo, quizá una abuela loba, si estos animales envejecen como sus primos mansos, los perros. En todo el Bierzo occidental, como en Cervantes y en el Caurel, este mensajero del miedo está presente en el paisaje y en la conversación. Muy cerca de aquí, en Degrada, nos contaron de un Digón o un Rubín, no me acuerdo, al que alcanzaron dos lobos entre lusco y fusco.

El hombre pasó la noche subido a un castaño; al bajar, con el primer sol, tenía el pelo blanco como un abuelo.

Damos un paseo reconfortante, hasta el castillo de Sarracín, por una ruta recientemente marcada para el senderismo: la ruta de los castaños. Las vistas son espectaculares. Llega el crepúsculo, y aprestamos las orejas. No hay suerte. Un informante de Cunqueiro le decía, hace ya cincuenta años, que tocamos a un lobo por cada cinco gallegos. Con lo que han menguado los gallegos y lo bien que se conserva la raza lobuna, deberíamos tocar ahora a uno por cada cuatro. Pero también es cierto que, después de tantos siglos de persecución, y ya sin los carros cantarines que les daban cobertura, se han vuelto discretos y cantan, seguramente, con sordina.