San Simón, el barco de piedra

Juan Carlos Martínez EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

12 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La isla de San Simón entró en la historia universal por un plantón, cantado por Mendiño. Una linda enamorada no sufriría hoy tanta angustia como aquella que esperaba a su amigo, porque ahora se llega cómodamente en catamarán turístico, en velero, en kayak e incluso a saltos de kitesurf. Aprovechamos la oportunidad que brinda el festival Sinsal para visitar esta joya que lleva hasta el extremo la belleza del fondo de la ría de Vigo, como uno de esos palacios aislados del lago Maggiore.

La música no importa tanto como el entorno. La isla, que son dos islas unidas por un puente, es un prodigio de piedra y arbolado; todo su contorno es cantería de granito bien labrado, excepto en el extremo sur, en el que los bolos de la misma roca se mantienen en su estado natural. Parece mentira que tanta piedra pueda alimentar a la alta vegetación del peñón, compuesta por eucaliptos, acacias, frutales y los enormes pies de boj del paseo central. Al pasar el puente, junto al viejo sanatorio, las raíces de los árboles levantan y se mezclan con el enlosado: ya no se sabe quién fue antes, si la madera o la piedra. Sopla un viento norte consistente, pero el manchón de eucaliptos del extremo septentrional de la isla pequeña protege a los ocho centenares de habitantes ocasionales a la vez que lo llena todo de olor balsámico. Fuera de la protección de los árboles, hacia el este, a medio camino de Cesantes, la estatua de Julio Verne montada en un peñón se moja en los pies con los salseiros que se levantan del agua. En la huerta de la isla, sombría, dos enamorados se acarician, ajenos al concierto. Otro final para la trova de Mendiño.