Muertos vivientes

Jose Barreiro

FUGAS

«El ejército de las sombras». Jean-Pierre Melville, 1969

15 jul 2016 . Actualizado a las 09:34 h.

El ejército de las sombras posee un esquema argumental levísimo y una narrativa minuciosa, cercana al documental. A través de su protagonista (Lino Ventura), uno de los jefes de la Resistencia durante la ocupación nazi en Francia, la película muestra el día a día de la clandestinidad y a unos personajes sin el barniz del héroe; más bien al contrario, parecen funcionarios anodinos cuya misión es sacar a gente del país, organizar algún rescate de perfil bajo y tomar decisiones de garganta seca. No hay romanticismo, aventuras fascinantes ni acciones espectaculares y, sin embargo, el relato va sobrado de esa clase de heroísmo que deja al espectador con un sabor metálico en la boca. Todos tienen miedo a morir, claro. También a matar. El asesinato normalizado de la Gestapo y los fusilamientos diarios proporcionan un áspero horror burocrático. Resulta obvio que la esperanza de vida de los rebeldes es casi inexistente. Solo es cuestión de tiempo que corra el turno. Estamos, por tanto, ante una película sobre muertos vivientes.

A Jean-Pierre Melville le interesa más cómo viven estos tipos con mirada de cadáver que las operaciones de guerra. El honor, la amistad, la épica de lo cotidiano, la soledad y, ante todo, el miedo cobran una importancia fundamental. Todos estos asuntos están impregnados de un ascetismo y una austeridad tan acentuados que existe la posibilidad de que Robert Bresson se haya abanicado con el guion (la voz interior del protagonista recuerda claramente a Un condenado a muerte ha escapado) y Melville, adicto también a la sobriedad en todos sus trabajos, atrapa al espectador con la eficacia que atesoran los grandes narradores. Su estilo visual, imitado por Walter Hill en sus primeros títulos (El luchador, Driver) y por obras más recientes (Collateral), aspira a la naturaleza despojada propia de un samurái: calles y carreteras vacías, minimalismo absoluto de diálogos y atrezzo, alergia a cualquier alarde de color o de luz y una fotografía fría, gris azulada, como de blanco y negro en color. Su astucia para cocer la película con secuencias aparentemente vacías pero llenas de sustancia (en contraste con el cine actual, donde ocurre de todo para ocultar que en realidad no sucede nada), su forma de estirar el tiempo para generar tensión (la huida del cuartel de la Gestapo o la ejecución del soplón de la resistencia) y su manejo de los silencios, con los que crea una extraña intensidad, son ejemplos de la habilidad de un director de primera línea que rara vez tiene presencia en las conversaciones de cinéfilos en torno al fuego.

Por qué verla

Porque Jean-Pierre Melville fue miembro de la Resistencia y conoce la tramoya. En lugar de episodios heroicos muestra el sacrificio y el miedo de unas personas que pasan los días (si hay suerte, años) esperando una cita con el verdugo

Por la personalidad y la presencia que transmiten los rostros de Lino Ventura, Paul Meurisse y Simone Signoret