Enólogos de cabecera

Jose Barreiro

FUGAS

«Entre copas». Alexander Payne, 2004

01 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre copas ocupa un lugar de privilegio en ese censo de películas americanas donde los personajes hacen un viaje para encontrarse a sí mismos y terminan por encontrar a otros. Un divorciado deprimido (Paul Giamatti), aspirante a escritor y apasionado de los vinos, comparte una semana de vacaciones con un amigo (Thomas Haden Church) que está a punto de contraer matrimonio. Uno busca apurar sus últimos días de soltero con una gran juerga y el otro solo desea catar un buen vino. El viaje que propone la película, por tanto, es más etílico que espiritual y se concentra en el buen beber y en el mal vivir, con dos fracasados que cuentan su propia historia mientras conversan sobre mujeres y uvas.

Los últimos trabajos de Alexander Payne demuestran que su cine se vuelve pretencioso y un poco atrofiado cuando intenta firmar proyectos serios. Sin embargo, cuando narra historias ligeras todos los semáforos se ponen en verde. Payne ha erradicado  de la puesta en escena de Entre copas cualquier afán de trascendencia y resuelve las secuencias dramáticas escanciando sentido del humor y observando las miserias humanas con una perspicacia notable. No hay duda de que posee un gran talento para exponer con sencillez asuntos complejos como el éxito, el fracaso, la timidez o la necesidad desesperada de ser alguien en la vida. A través del revoloteo de los protagonistas por las bodegas californianas, la película desbroza la impostura y el esnobismo hilarante que suelen presidir las catas de vino, con tipos pomposos que consiguen incrustar expresiones como «afrutado, persistente y con un vacuo aroma a sotobosque», o «paladeable, aunque dista mucho de ser trascendente» sin que un purista de la gramática despojada les clave un cuchillo jamonero en el tórax. Parece que se refieren al sabor y al olor, pero no se dejen engañar: en realidad pontifican en dirección al cosmos. El vino, de hecho, suele quedarse sin oxígeno ante semejante guarnición de adjetivos. La manera en verdad maravillosa de hablar de un vino se encuentra a mitad del metraje, cuando Paul Giamatti le explica a Virginia Madsen por qué le gusta el pinot y le dice que «es una uva difícil de cultivar, temperamental y que madura temprano. La Pinot necesita atención y cuidado, y solo crece en rinconcitos muy concretos del mundo, de forma que solo los viticultores más pacientes y cuidadosos pueden conseguirlo. Además sus sabores son los más evocadores, sutiles y antiguos del planeta». Y este monólogo es maravilloso porque Giamatti, sin saberlo, no habla de vino: describe a la chica que tiene delante.

Por qué verla

Por el trabajo de Paul Giamatti y Virginia Madsen, lleno de silencios y miradas que van trabajando por dentro la complicidad del espectador

Por la facilidad con que el guion convierte una trama mínima en una historia llena de matices y sutilezas que acarician al ojo atento