Una ecuación matemática

Jose Barreiro

FUGAS

«Atraco perfecto». Stanley Kubrick, 1956

29 abr 2016 . Actualizado a las 22:01 h.

Si uno pretende rodar una película de cine negro y ha visto La jungla de asfalto sabe que al escoger de protagonista a Sterling Hayden tiene escrito medio guion. Su rostro honesto, trabajado por las decepciones, es un imán para el fatalismo. Lleva la marca del perdedor tan a la vista que nadie en su sano juicio apostaría por el caballo que él escogiera. Atraco perfecto presenta a una serie de personajes liderados por Hayden y unidos por la expectativa de un gran robo. Todos los elementos del cine negro circulan por aquí: asesinatos, humo, matones, una mujer fatal y un grupo de secundarios que solo el fondo de armario del cine clásico puede proporcionar, como Marie Windsor o Elisha Cook, con un aspecto de cadáver prematuro tan notable que esperamos su muerte en cualquier fleco de la película. Las fatalidades del último momento, tan habituales en este género, también cobran una importancia decisiva. De la misma forma que la alarma que suena a destiempo en La jungla de asfalto arruina todo el asunto o el perro de El último refugio provoca la muerte de Humphrey Bogart, en este relato un caniche provoca una de las torceduras del destino más famosas de la historia del cine al hacer desaparecer dos millones de dólares en unos segundos. Se confirma así que los perros, en el cine negro, son más peligrosos que un fiscal.

A pesar de todo lo anterior, el gran acierto -y lo que aporta una mayor novedad- de Atraco perfecto reside en su estructura narrativa no lineal, con saltos adelante y atrás, convirtiendo el tiempo en protagonista. Una voz en off va explicando la cronología de la acción con un lenguaje documental. Esta concisa descripción periodística desmenuza la relojería del relato como si se tratase de un sumario, dotándolo de un ritmo imparable y proporcionando, de paso, esa perfección aséptica y milimétrica tan del agrado de Stanley Kubrick.

Atraco perfecto ocupa un lugar de privilegio en la primera parte de su carrera, al lado de Senderos de gloria o Teléfono rojo, títulos que se mantienen frescos quizá por su engañosa simplicidad y su ausencia de parafernalia. No ocurre lo mismo con la segunda parte de su filmografía, en la que películas ampliamente cacareadas están siendo arrasadas sin piedad por el paso del tiempo. Esos travellings frontales que preceden al movimiento de los personajes, o bien los siguen desde atrás, tan insistentes, largos y repetidos una y mil veces hasta convertirse en marca registrada, no ayudan. La manera en que Kubrick abusa del inventario de la Deutsche Grammophon, tampoco.

Por qué verla

Por la habilidad de Kubrick al arrancar la película sin preámbulos, directo al grano

Por el trabajo del novelista Jim Thompson, al que Kubrick relega a la condición de dialoguista a pesar de haber adaptado la novela original. Thompson no se limita a construir frases llamativas o diálogos para la eternidad sino que va escondiendo tesoros en las conversaciones