«El paisaje siempre nos sorprende»

FUGAS

El autor británico Robert Macfarlane ha contribuido con su atención al detalle y su trabajada prosa a la renovación de las narraciones en torno a la naturaleza y la literatura de viajes

29 abr 2016 . Actualizado a las 23:37 h.

Robert Macfarlane (Halam, Nottinghamshire, 1976) es un fellow del Emmanuel College de Cambridge y ha presidido el jurado del premio Booker, pero es más conocido por sus libros. En español se han publicado Las montañas de la mente y Naturaleza virgen (Alba). En otoño Pre-Textos editará The Old Ways, donde viaja a España y conoce la Biblioteca del Bosque de Miguel Ángel Blanco.

-En tiempos de cambio climático y amenazas medioambientales, ¿qué aporta la escritura sobre la naturaleza?

-Vivimos una fase de daño humano sin precedentes a la naturaleza, los paisajes y los ecosistemas. Nuestras consecuencias y su legado son tan poderosas y su escala planetaria que los geólogos consideran que hemos entrado en una nueva era terrestre: el Antropoceno, la «nueva era de los humanos». En este contexto, no me sorprende que esté brotando una nueva literatura que busca valorar, celebrar, registrar y llorar aspectos de nuestra «vida natural». Podemos denominarlo «escritura de naturaleza», aunque soy escéptico sobre el término, cada vez más comercial. Los alemanes hablan de «geopoética», que me gusta bastante; yo he sugerido paisajismo o escritura de lugar. En todo caso, está surgiendo una escritura que se distingue por sus aventuras formales y tonales, su compromiso ético sobre cuestiones de lugar, pertenencia y naturaleza, a gran y pequeña escala, y lo profundas que son nuestras implicaciones como seres humanos con lo que nos rodea, algo que a veces buscamos simplificar, externalizar, subyugar. Nadie sabe lo que estas obras pueden conseguir en términos de transformaciones serias, pero sin duda se trata de un movimiento esperanzador, y soy afortunado de haber podido participar en su resurgir.

-¿Es un indicador optimista de un cambio futuro?

-Sí, creo que sí. Aquí en el Reino Unido toda una tradición narrativa ha vuelto a ser visible, escritores (JA Baker, Nan Shepherd, Edward Thomas, entre otros) que si no habían desaparecido de nuestra memoria cultural, sí habían dejado de ser visibles. Ahora están de vuelta, y ejercen una inmensa influencia sobre nuestra imaginación y nuestra cultura. Esta semana se supo que Shepherd, autora de The Living Mountain (1977), aparecerá en los billetes de cinco libras de Escocia: ¡hace una década habría sido impensable! Entretanto, ha aparecido un gran público para estos «nuevos» escritores y artistas sobre la naturaleza. ¿Es esto optimismo? Sí, aunque siempre es difícil cartografiar y demostrar los resultados de la literatura y la cultura. Y lo fácil es ser verdes pasivos, cuando lo que se necesita es un cambio de verdad, tanto a nivel local como de sistema.

-¿La escritura puede paliar de alguna forma ese impacto de la era del Antropoceno?

-El Antropoceno también es un tema de mi próximo libro, Underland: A Deep Time Journey, que me está llevando a los dominios de lo subterráneo, donde durante milenios y en diversas culturas hemos almacenado cosas de las que deseamos librarnos (residuos nucleares, cuerpos, memorias) y recuperado otras que atesoramos (piedras preciosas, metales, metáforas, fantasmas). No toda esta escritura, o al menos la mía, es una forma de expiación: si lo fuese, sería piadosa hasta extremos insufribles. Alguna es una llamada de atención o alarma. Otra es elegíaca. Otra solo busca profundizar y dignificar las relaciones de las personas y sus lugares en el sentido más amplio de lugar. Ser conscientes del Antropoceno, de todas formas, somete las viejas formas de escritura y de sentir a nuevas y fortísimas presiones: cómo representar e intervenir ante cambios a escala global, o cómo responder a fenómenos complejos. Esto es emocionante y también intimidante para un escritor, y por supuesto para cualquier ciudadano.

-En «Landmarks» reflexiona sobre nuestra relación con el entorno a través del lenguaje. ¿El desuso de términos de la naturaleza es una metáfora de nuestra desconexión o, peor, la muerte de lo que designan?

-Sí, Landmarks en parte se inspiró por la desaparición del Oxford Junior Dictionary, uno de los diccionarios escolares para niños de cuatro a seis años más utilizados, de algunas de las palabras más básicas de la naturaleza: bellota, haya, campanilla, candelilla, martín pescador, nutria, sauce, chochín. La razón de los editores para retirar estas palabras fue que ya no formaban parte de las experiencias diarias de los niños británicos de hoy. Esto me pareció, igual que a muchos otros, un poderoso síntoma del papel al que se ha relegado el papel que desempeña la naturaleza cotidiana en la vida diaria. Mi respuesta fue intentar reunir el mayor número posible de nombres de lugar y ligados a la naturaleza de la asombrosa variedad de idiomas y dialectos de estas islas. Al final, compuse un glosario con más de dos mil palabras de más de treinta lenguas y dialectos, del gaélico al cornuallés, y se publicaron como parte de Landmarks. De esta forma quería «salvajizar»de alguna forma nuestro habla con respecto al paisaje y la naturaleza, y la increíble respuesta que recibió el libro fue la confirmación de que existía una necesidad para ello.

-En «The Old Ways» recorre parte del Camino de Santiago, en una de sus itinerarios poco transitados, a diferencia del Francés. ¿Puede morir de éxito?

-¡Unas pocas millas del Camino! Solo de Madrid a Segovia. Ojalá hubiese hecho también la ruta del norte, espero hacerlo algún día. No veo que turismo y naturaleza sean tan opuestos. Recibo muchas cartas de gente que ha recorrido mis viajes tal y como los describo en mis libros, y me alegra saber de esas personas que están encontrando sus propios caminos en el paisaje. Tenemos que mantener esos lugares que reciben números muy altos de visitantes (participo en campañas para restaurar senderos aquí en Escocia o en el Peak District, por ejemplo), pero en general, cuanta más gente salga y explore y piense en sus paisajes, mejor.

-Usted dedicó un libro entero a una corredoira, que también forman parte del paisaje rural gallego. ¿Qué aprendió de su experiencia?

-Vaya, hasta ahora no tenía ni idea de la importancia de las corredoiras para Galicia, pero me motiva conocer esta red de viejos caminos y el tipo de comunicación y relaciones que hicieron -y que siguen haciendo- posibles. ¿Qué aprendí de mi experiencia en las corredoiras? Que la historia se comporta de forma extraña en estos lugares antiguos: serpentea y se remansa, resuena y se pliega. Que la relación entre cultura y naturaleza es más de colaboración que de opuestos. Y que ciertos elementos poderosos en el paisaje pueden reverberar de tal forma que resuenan, como digo, entre personas de muchos países diferentes. El paisaje siempre nos sorprende.