Un mundo propio

Jose Barreiro

FUGAS

«Mujeres al borde de un ataque de nervios». Pedro Almodóvar, 1988

08 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizá sea Mujeres al borde de un ataque de nervios la mejor hora y media que Pedro Almodóvar ha proporcionado al cine español. El ritmo desenfrenado, la frescura y la espontaneidad que dominan los diálogos acercan la película a ese territorio de comedias disparatadas que firmaban Preston Sturges o Howard Hawks a finales de los años treinta. Almodóvar consigue que todos los gags funcionen con una perfección espléndida y que su estilo personal acompañe la historia con más fortuna que en la mayoría de sus obras posteriores. Los rojos de Vicente Minnelli, la importancia de los objetos (teléfonos, tacones, pendientes en forma de cafetera), los homenajes a clásicos del cine (Johnny Guitar, La ventana indiscreta) y su pericia a la hora de escoger y dirigir actrices forman, en este caso, una alquimia perfecta.

Carmen Maura pastorea con solvencia un reparto en estado de gracia, con Rossy de Palma y Loles León aportando sabrosura y una María Barranco excepcional. Su personaje tiene momentos de puro asombro en los que roza el surrealismo, como cuando entra en el ático de Carmen Maura, ve unos cristales rotos y unas gallinas paseando por la terraza y dice con gran seriedad: «Esto parece cosa de terrorismo». Y luego está Chus Lampreave, recientemente fallecida, una de esas actrices que han pasado la vida disfrazadas de estanquera, de portera cotilla o de beata y que convierten en genial un diálogo mediocre mientras arreglan el dobladillo de un pantalón. Un par de apariciones y tres o cuatro frases le bastan para robar una película y hacerse fuerte en la memoria del espectador. Su famoso parlamento en esta película -«Ya me gustaría a mí mentir, pero eso es lo malo de las testigas de Jehová: que no podemos. Si no, aquí iba a estar yo»- en otra boca no tendría ningún impacto; sin embargo, ese tono de sentencia berlanguiana, el cómo lo dice, convierte a la audiencia en rehén sin esfuerzo aparente. Existe la posibilidad de que Luis Ciges y Chus Lampreave sean los actores con más facilidad de palabra del cine español. Hablan de oído. Ni siquiera necesitan que el texto sea bueno. Ni cabal. Los titubeos de Ciges tienen un mundo propio tan glorioso que, a su lado, las tribulaciones de Hamlet son mera perorata. Ambos poseen la capacidad de transformar en lógica cualquier locura solo con el timbre de su voz y un par de aspavientos. Si leyesen en voz alta la Crítica de la razón pura descubriríamos que el texto de Kant es en realidad una screwball comedy. Resulta imposible adivinar lo que se pierde con la desaparición de gente con una talla de pie tan grande.

Por qué verla

Por la fotografía de Jose Luis Alcaine y esos colores Doris Day tan deudores de la comedia americana de los 50

Por la brillantez con que Carmen Maura agarra las riendas de la película y va ejerciendo de hilo conductor con una naturalidad y una gracia prodigiosas