La información privilegiada de los objetos en los fondos del Museo del Prado

Mercedes Rozas

FUGAS

Con el elocuente título «Los objetos hablan» se expone en A Coruña una selección de 60 pinturas y algunos objetos procedentes de los fondos del Museo del Prado adscritos a las principales escuelas artísticas -española, flamenca, italiana y francesa- desde el siglo XVI hasta principios del XX

08 abr 2016 . Actualizado a las 09:47 h.

Ya desde la antigüedad clásica, según refieren las crónicas de Plinio el Viejo, los objetos han tenido una presencia significativa e ininterrumpida en la pintura. Joyas, vestidos, muebles, un libro o unas flores, que en algún caso han pasado desapercibidas entre la pomposidad de un retrato o la ceremonia de una escena, han sido elementos decisivos para llegar a comprender el tiempo de una obra. En esta exposición del Kiosco Alfonso de A Coruña, organizada con fondos del Museo del Prado, los objetos representados nos hablan revelando muchos aspectos de sus propietarios; son esa parte subliminal que demanda un diálogo con el espectador para poder airear sus misterios.

Pero, aun teniendo un papel solo accesorio, hasta los más banales sobreviven por sí mismos en los cuadros, camuflados entre cortinones de palacio, sobre la mesa de una taberna, en la pasión de una carta de amor, en un frutero o entre los mantos de un fraile. Como reza el título de la exposición, los objetos hablan, aunque, conforme creía Van Gogh, también pueden llegar a oler: «Un cuadro de aldeanos no debe estar jamás perfumado», decía. Justamente, en ese ámbito de atmósfera pobre y cargada de humo, se identifica una de las tablas del siglo XVII que han llegado al Kiosco Alfonso. Fumadores brabanzones, salido del taller de David Teniers, es esencialmente una escena con referencia a conductas mal vistas, género artístico muy demandado por la sociedad burguesa holandesa después de los conflictos religiosos y políticos con España. Los protagonistas se sitúan en una tasca, alrededor de una mesa, en el momento en el que, con la pipa de arcilla en la boca, seleccionan las hebras de tabaco. Con un tratamiento realista, une deliberadamente el tabaco al alcohol, al suponer que el primero resecaba el cuerpo y el vino el que se encargaba de aliviar el problema. 

Este cuadro encierra un mensaje moralizante que se evidencia no solo a través de los personajes retratados sino de los utensilios que los rodean. Los objetos en la pintura sirven para eso, para indicar el rango social o los vínculos religiosos e intelectuales de los protagonistas, el gusto exquisito de las élites, la faceta más sencilla de la gente humilde, la fanfarronería de los pendencieros, e igualmente actúan de metáfora o voluntad aleccionadora. Es una información indirecta pero privilegiada, que ilumina con su materialidad simbólica el ADN de una época. 

En esta cita, la clave la tienen los objetos cuando nos personifican con sus detalles, nos descubren sus secretos o cuando nos muestran el valor de poseerlos. Cada paso es una reseña de la vida, desde la más modesta hasta la más pudiente, desde el cuadro de costumbres de la Edad de Oro holandesa hasta la interpretación cortesana más grandilocuente de la corte española durante el Barroco. Los objetos sorprenden amoldándose a todo tipo de lugar y condición.

Piezas como la del sacamuelas ambulante, que teatraliza espléndidamente el seguidor de Caravaggio, Theodhor Rombouts, nos destapa sin florituras la parte más campechana del mundo cotidiano. Es la acción de un apañado galeno, engalanado con un elocuente collar con muelas, que utiliza todo tipo de tenazas para consumar su faena. La composición circular y una luz estudiada concentra todas las miradas en la figura a la que están interviniendo. 

De la misma forma es posible captar la sensibilidad más exquisita a través de los objetos de música como ocurre en el retrato de la duquesa de Abrantes, realizado por Goya en 1816, que viste con ropa de estilo francés y porta una partitura en la mano. Las pinceladas negras reflejan el paso estilístico del pintor aragonés. Es el último retrato de una dama de la aristocracia que lleva a cabo, después se encerraría en sus sueños para imaginar las orgías de los aquelarres. La simbología de la fragilidad en las calaveras y animales muertos de las vanitas barrocas, los panes convertidos en flores en el hábito de San Diego Alcalá, los brocados y cuellos bordados de las reinas, las sombrillas de la burguesía valenciana o las viandas de la Última Cena contribuyen al relato. También se acomodan a registros técnicos tan interesantes como la figura del trampantojo que el grabador francés Charles-Joseph Flipart utiliza en su «mesa revuelta».

Gracias a que, a su manera, los objetos que Sánchez Coello, Zurbarán, Sofonisba Anguissola, Brueghel el Viejo, Tiziano, Velázquez, Rubens o Cecilio Pla, entre otros autores, colocaron estratégicamente en sus cuadros, se llega a profundizar en la memoria de un determinado momento. Son testigos neutrales que nos hablan desde su silencio. Cada uno de ellos, en estas sesenta obras provenientes de los fondos de la pinacoteca madrileña, traza un encuentro directo con la historia, un recorrido que parte del Renacimiento y finaliza en los preámbulos de la modernidad del XX, un recorrido clásico, pero siempre desvelador e imprescindible.

A Coruña. Kiosco Alfonso. Hasta el 29 de mayo