En Verín, a por provisiones

Juan Carlos Martínez EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

15 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No es que el licor café del resto de Galicia esté malo, o sea demasiado chispón, o que no valga el que fabrican las grandes industrias del sector de los licores; es que somos animales de costumbres, y una vieja costumbre es la de ir a buscar ese dulce sistema de calefacción interna a Verín. Vaya viaje, por una docena de botellas de licor, me dicen los descreídos. Hay cariños así, de larga distancia, y la visita a aquel viejo enclave de contrabandistas, hoy imponente productor de buenos vinos, siempre merece el esfuerzo.

Por el camino se ve cómo las lluvias están recuperando para la vida acuática humedales que sufrieron lo suyo en la época de las desecaciones: la laguna de Antela revive, y por encima de ella hay revuelo de patos espantados y un planeo elegante, gris claro, de un aguilucho lagunero.

La visita a Verín tiene su ritual. Lo oportuno es llegar sobre la una. Se sube al castillo y luego se va bajando  por etapas. Monterrei es ahora una denominación de origen que se merece respeto internacional. Hay que ir probando, con ojo, por las tabernas. Siempre aparecen sorpresas agradables. Se cruza el río, que en verano hace aquí una piscina ideal para refrescarse de los calores rigurosos, y se mete uno por la parte más antigua del pueblo. Con perdón sea dicho: la crisis comercial que vino con la apertura de fronteras ha sido, seguramente, causa de que aún se mantengan las fantásticas casas de la arquitectura popular verinense, un prodigio de ingenio con los medios disponibles. El final también es de ritual: una visita a Cabreiroá, café y agua fresca.