Cuatro poetas abisales

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

16 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1962, el poeta feroz Robert Lowell, de paso por Argentina, aceptó la invitación de Jorge Luis Borges para asistir a una fiesta en su casa. Esa noche, entre los invitados estaban Bioy Casares, Silvina Ocampo, Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León. Lowell, célebre por su capacidad para convertir el alcohol en poesía, sobrepasó esa madrugada todos los límites de la resistencia humana a la bebida y acabó por los suelos de la residencia de Borges, que para intentar apaciguar al escritor, fuera de control por el vodka martini, incluso probó a leerle fragmentos de Chesterton. En un momento, Lowell incluso se encerró en el baño con María Teresa León y las versiones sobre qué pudo pasar en ese cuarto hasta que echaron la puerta abajo y lo subieron a una ambulancia son ya terreno de la leyenda.

Lo recuerda Juan Tallón (Vilardevós, 1975) en Fin de poema, la novela en gallego con la que obtuvo en el 2012 el premio Manuel Lueiro Rey y que ahora publica el sello Al revés con traducción del propio autor al castellano. 

A este relato, de prosa mimada hasta el último rincón de cada párrafo, se asoman otros cuatro poetas feroces y abisales que, como Robert Lowell, sobrevivían abrumados por la existencia, siempre excesiva para su hipersensibilidad absoluta: Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater Mora.

Los cuatro decidieron largarse de este mundo dando un portazo y Tallón nos cuenta aquí esas horas previas al final del poema (y de todo). Viajamos entre ellos por las calles de Buenos Aires, Boston, Barcelona y Turín. Y vemos a Ferrater buscando a Tolstói por el paseo de Gracia junto a su amigo Sergio Beser. A Pizarnik llamando de madrugada a la redacción de La Nación para avisar al responsable de los obituarios de su inminente suicidio. A Anne Sexton sentada frente a su Underwood, rebuscando versos en sus entrañas. A Pavese reservando una habitación para morir en el hotel Roma de Turín. Y a Amarillo Indio ilustrando estas postrimerías en una portada que es también un fin y un poema.