«Todos los cineastas deberían ser capaces de pensar el mundo en el que viven»

PABLO GÓMEZ-PAN

FUGAS

cedida

«Edificio España» es uno de los documentales de creación más relevantes del cine español de los últimos años. Después de pasar más de un año vetado, como broche a su accidentada pero exitosa trayectoria, compite ahora por el Goya a la mejor película documental. Su director, Víctor Moreno (Santa Cruz de Tenerife, 1981) habla sobre la película

05 feb 2015 . Actualizado a las 19:36 h.

El siete de febrero de 2014 el Banco Santander retiraba el veto que durante casi año y medio había impuesto al documental Edificio España, un retrato alegórico del proceso de desmantelamiento del rascacielos que corona la Gran Vía madrileña. El edificio, entonces propiedad del banco, fue decayendo desde su inauguración en 1953, cuando se alzaba con sus 117 metros de altura como un pretendido símbolo del poder franquista (el edificio más alto de España y de Europa, presumían), hasta ser la mole desocupada que es ya desde hace casi una década, en la que no ha hecho más que pasar de inmobiliaria en inmobiliaria. En el 2006 el Santander se lo había comprado a Metrovacesa y pretendía transformarlo en un hotel, apartamentos de lujo y un área comercial. Pero el proceso se paró en el 2010 y el edificio se quedó sin los usos previstos, hasta que en marzo del 2014 fue adquirido por el magnate Wang Jianlin, una de las mayores fortunas de China (propietario de una colosal empresa hotelera, un 20 % del Atlético de Madrid y, casualmente, de una de las mayores cadenas de salas de cine del mundo), que pretende ahora continuar el proyecto, una vez modificado el grado de protección del edificio, que se limitará a su fachada neobarroca.
Ha sido un proceso largo desde que Víctor Moreno se decidiera a documentar las obras a comienzos de 2007, hasta que dentro de pocos días se enfunde en su esmoquin para acudir a la gala de los Goya, exactamente un año después de que el Santander levantara el veto -algo que, a todas luces, solo puede ser un buen augurio-. Como ocurre con otros documentales clásicos (por ejemplo, El Desencanto) Edificio España no solo registra lo concreto sino que busca ser metáfora de un momento histórico. En su caso, del comienzo de la crisis. «Yo no me di cuenta -aclara Moreno- de que de alguna forma lo que había pasado fuera del edificio se había colado dentro hasta el 2010, cuando grabo esas imágenes que aparecen al final de la película, que es lo último que grabo, con el edificio vacío, y tengo conocimiento de que el proyecto se ha suspendido». Hasta ese momento no fue consciente, asegura, de que de alguna forma ese material podía suponer un reflejo de la historia reciente. «Ahí es cuando digo: vale, por aquí es por donde hay que construir esta película. Después, en montaje, siendo muy fieles al espíritu con el que se había hecho, lo perfilamos un poco más para que quedara como algo alegórico de lo que estaba pasando, que en realidad era muy fácil, porque estamos hablando de un edificio que se llama España, con trabajadores de la construcción, que hasta ese momento era la principal industria del país».

Demolición

Edificio España funciona como una especie de Anti-Megaestructuras -la popular serie documental de National Geographic-, pero aquí no se construye, sino que se demuele. Sobre todo, importan más el proceso y sus trabajadores que el resultado, todo ello mostrado a través de una subjetividad que no se pretende ajena a lo documentado, sino que interactúa con su entorno siempre con empatía por las personas que se mueven en él. «Había unas intenciones muy claras. Por ejemplo, cuando yo entré en el edificio lo que más me interesaba era grabar la memoria del lugar, hacer un inventario de todos esos espacios, oficinas, viviendas, etcétera. Después empecé a descubrir la vida en presente en el edificio, con todos esos trabajadores, y de alguna forma hice un giro y pensé que debía acercarme a ellos. Una vez que me encontré con esas dos realidades, la memoria del lugar y el proceso de obra, vi clara de alguna forma la película y como debía de rodarla, y entonces me impuse cuatro normas, que son las que marcaron la actitud con la que iba a grabar y por tanto el estilo de la película». Estas cuatro normas consistían, primero, en ir siempre a la misma hora a la que iban los trabajadores. Segundo, en no salir nunca del edificio. Tercero, en moverse libremente, a la captura de instantes, de situaciones. Y cuarto, en no ver nunca el material que iba grabando, que se limitaba a fechar, anotar y guardar en una caja. «Con estas cuatro normas tenía claro que quería hacer una película muy de estar en un lugar, muy de convivir en ese espacio con esos trabajadores. Quería que el hecho de hacer una película fuera incluso hasta secundario, que hubiera ahí como un encuentro de una experiencia compartida. Pero claro, todo eso da muchas posibilidades de montaje, y después en posproducción quisimos dar una estructura, siendo muy fieles a esto que te he contado. Para mí fue una gran lección como cineasta pasar tanto tiempo allí encerrado. De pronto descubrí que eso era lo que quería hacer: estar solo con una cámara, en un lugar, con una gente».
Además de haber estudiado el Master de Documental de creación de la Pompeu Fabra, Víctor Moreno tiene a sus espaldas una sólida formación filosófica. «Todos los cineastas deberían ser capaces de pensar el mundo en el que viven, porque al final una película no deja de ser el resultado de un proceso de reflexión. A mí personalmente me enriquece muchísimo leer filosofía, leer ensayo, leer de todo menos cine. De alguna forma el cine yo lo entiendo como un medio, nunca como un fin en sí mismo, y quizá el fin esté en la filosofía. Es lo que me permite de alguna forma pensar el mundo en el que vivo desde todas las ramas que hay y a partir de ahí utilizar la técnica, que es el cine, en mi caso».