Sonrisas desde Chernóbil

Sergio Casal / L. P. REDACCIÓN / LA VOZ

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Sergio Casal

Ledicia Cativa reúne cada verano a jóvenes rusos con sus «hermanos gallegos»

26 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace unos días, en la playa oleirense de Bastiagueiro, tuvo lugar el bautizo de mar para los niños de Briansk. Un hito positivo en la vida de estos pequeños, que vienen de la región rusa más afectada por el desastre nuclear de Chernóbil de 1986. Nuestras conciencias se limpian con estas noticias, pero el lado oscuro pervive, y la realidad de una sociedad atada a una catástrofe de hace casi tres décadas sigue latente en estos niños que, año tras año, vuelven a descubrir el mar gracias a la iniciativa de Ledicia Cativa. Esta asociación sin ánimo de lucro facilita a niños de Briansk la acogida por parte de familias de Galicia desde hace dos décadas. Este año 66 niños y niñas de entre 6 y 17 años han llegado a territorio gallego para disfrutar, durante dos meses, de una vida alejada del fantasma de Chernóbil.

Una de estas personas es Vika, de 14 años, que llega a Galicia por sexto verano consecutivo con la ilusión de ver a su «hermana gallega» Nadia, que nació en Izmaíl (Ucrania), pero que vive desde el 2008 en Galicia. «Los diez meses que Vika está fuera la echo de menos, siempre estamos deseando vernos», apunta Nadia.

Otro caso diferente es el de Sasha (17 años), que cumple su primer verano en Galicia y todavía no se defiende con el idioma. Cuando se le pregunta cómo está la región en la que vive, entre Briansk y Chernóbil, sorprende su aparente normalidad: «Todo sigue igual que siempre». Pero «como siempre» significa una infancia marcada por las problemas de salud derivados de los residuos radiactivos: «Son muy comunes las enfermedades en adolescentes que afectan al corazón y a la tiroides», comenta. Cuando su «mamá gallega», Julia González, le muestra una imagen de niños con hidrocefalia, Sasha, imperturbable, asegura: «Muchos niños tienen esta enfermedad allí». Y es que, según el informe Torch que el Partido Verde de Alemania encargó en el 2006, 428.000 niños siguen sufriendo problemas de salud relacionados con el accidente de Chernóbil.

Sasha también desearía que la pequeña región en la que vive «pudiese tener carreteras y casas tan hermosas».

Casi todas las personas que han estado en estas regiones destacan las diferencias entre la ciudad y el rural: «Una vez que sales de Moscú, en el rural, apenas hay alumbrado público, es un panorama muy parecido al de los años sesenta en España», afirma Susana González, una de las madres que acoge y que el año pasado viajó a Rusia.

«Donde vive Yulia (10 años), en Briansk, cada casa tiene su huerta. A pesar de la contaminación, no tienen más remedio que seguir plantando, es un medio de subsistencia básico en cuanto sales de la ciudad».

La pequeña Yulia escucha la entrevista y su inquietud natural le impulsa a sumarse. Es una niña muy expresiva: «Donde yo vivo hay mucha naturaleza y bosques. Me encanta ir a recoger setas». Su nivel de español sorprende. Todos estos niños dominan, además del ruso, el alemán, el inglés o el español. Yulia hasta se lanza con el gallego: «¡Queixo!», exclama entre risas.

A Vika también le encanta aprender idiomas y viajar: «Es la forma de descubrir gente y lugares nuevos». Sobre el conflicto que actualmente afecta a sus dos pueblos, Rusia y Ucrania, el punto de vista de su «hermana» Nadia es muy claro: «Hablamos solo una vez del tema. Entre nosotras hay amistad y eso no nos afecta, son problemas de ellos -de los políticos, aclara Vika-, no de nosotras. Nosotras somos hermanas».

Y es que tras las incalculables secuelas del desastre de Chernóbil, resulta increíble que, tal y como advierte el politólogo Benett Ramberg, exista el riesgo de que en este conflicto entre Ucrania y Rusia se utilice la amenaza de ataque sobre objetivos nucleares para amedrentar al adversario.

El psiquiatra estadounidense Karl Meninnger dijo: «Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad». La madre de Sasha comenta que «el primer dibujo de la hermana pequeña de Sasha fue una bomba tachada». Esto invita a la reflexión. ¿Cuánto valen sus sonrisas?