Bajo el cielo crepuscular

tareixa taboada OURENSE

FIRMAS

Santi M. Amil

Eduardo J. Ortún y Armando Martínez firman una muestra conjunta

09 jun 2014 . Actualizado a las 06:00 h.

«De sangre en sangre vengo, como el mar de ola en ola de color de amapola el alma tengo, de amapola sin suerte es mi destino», Miguel Hernández.

El Museo Municipal acoge la exposición de Eduardo J. Ortún y Armando Martínez, en una formula integrada de escultura y pintura. El paisaje de Ortún de un ingenuísimo ascético transmite a una naturaleza triunfante, irreal y creada el impulso vitalista de sus sentimientos. Aunque de corte naif, no podría aplicarse de una manera total el término de arte ingenuo, por la planificación que el artista realiza de sus obras que distan de esa espontaneidad del autodidactismo de los primitivos y su ausencia práctica de sistema de perspectiva o líneas de fuga sin atenerse a ningún código de representación.

Ortún reproduce un esquema planificado bajo un elaborado trabajo cromático que se articula en planos, abundando en ocasiones de una línea de horizonte muy baja que resulta de un sistema de proyección cónica, el lugar geométrico donde se encuentran todos los puntos de fuga y se representa como una recta que separa la línea de tierra del cielo, concediendo en este caso, un claro protagonismo a los celajes o al mar. Esta técnica exagera la regla de los tercios como en Otoño donde el cielo ocupa 3/4 partes del espacio plástico y cobra gran intensidad dramática por el efecto de la luz y sus matices y de la policromía de un cielo dividido en bandas de color como espacios, poético e íntimo, expresivo e irreal en una sinfonía de rojos atardeceres y luces violetas. Mantiene la frescura de Henri Rousseau (Aduanero), de Grandma Moses y Wallis o Cándido López cuya intención prístina era la de expresar formalmente la evocación de una infancia ingenua y amable.

Ortún representa un primer plano de paisaje que resuelve en proximidad acercando las proporciones, un plano medio distante en el que se acurruca el pueblo entre montañas, más alejado y oscurecido, y el plano infinito del cielo como telón de fondo o el mar. Son paisajes intimistas, dolientes en excepciones, siempre silenciosos y deshabitados que recuerdan en dignidad y concepto los espacios mudos e infinitos de los paisajes desolados y espirituales de Friedrich y del paisaje japonés situándonos delante de un precipicio que es un valle, una bahía o una ermita, donde árboles en negativo se desvanecen y las flores minuciosas y construidas resaltan como volúmenes minúsculos y esféricos sobre el acabado «glaseado» que le aporta un brillo equilibrado a la obra, mientras las amapolas, como corazones, siguen sangrando en los campos dorados, bajo un sol extenuante y despiadado de un agosto de mares tranquilos y promesas de verano.

Los volúmenes que Armando Martínez presenta en la muestra evolucionan de formas anatómicamente más compactas a formas biomorficas sugeridas en piezas de gran cerramiento como Jugando o Maternidad a postulados sincréticos o abstractos de fuerte linealidad e isonometría en las cabezas que marcan la diferencia de altura en Peregrinos y de carácter totémico y ancestral con la abstracción propia e inconsciente de las culturas primitivas en El ojo de Horus.

Volúmenes geométricos

La descomposición de las formas en volúmenes geométricos lleva a la reducción en formas esenciales de la figura, estableciendo un paralelismo conceptual entre volumen y reproducción pictórica en la conquista de las formas de Cezánne. Una inquietante influencia egipcia y megalítica refuerza el carácter expresivo y misterioso de algunas piezas como Venus azul que remite a Egipto en las líneas aunque anula su esquematismo e hieratismo, acercándose en la anatomía al naturalismo; como Venus crema que aún manteniendo el recuerdo de las venus esteatopigias paleolíticas, su forma se estiliza de manera hipertrófica y estética aligerando la masa.

El dominio del material que el escultor maneja se pone de manifiesto en la complejidad de los mismos: mármoles, cristal de calcio, basalto, bronce, piedra? así como la multiplicidad de sus esculturas públicas realizadas in situ como Inés de Castro, obra que sorprende por la técnica con la que el escultor domina el material lítico en el virtuosismo en el que caen como ingrávidos los paños de piedra. En Columna las formas insinuadas se elevan en un enjambre de anatomías de gran equilibrio como los «castells» humanos o la troupe bicroma y libertaria de los Muchachos de Benposta.

La ternura protectora en Maternidad, con influencia del arte negro y el erotismo de los cuerpos abandonados al sol, con la policromía de los mármoles y el cristal estallado y rotundo, las texturas generadas en partes pulimentadas y brillantes y otras sin pulir y ásperas que subrayan el protagonismo del material.

crítica de arte