Horas de radio

Maxi Olariaga MAXIMALIA

FIRMAS

16 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Escribo mientras transcurren las horas muertas de este invierno cruel y pertinaz en sus lluvias que rodea mi alma contenida en una caja de bombones amargos. Llueve sobre mi corazón y del músculo aterido brota un suspiro verde como la voz de Casandra a quien nadie creía. Perdido, traspaso el cristal de la ventana en el que una mano líquida dibuja gotas de lluvia, espermatozoides a la carrera en busca de la fecundación en este derrotado paraíso.

La voz de la radio se desparrama perezosa sobre el sofá, se extiende sobre la alfombra y trepa tobillos arriba hasta el cofre en el que guardo mis amores. Como el veneno que el asesino vertió en el oído del padre de Hamlet, así se precipita la voz de la radio en la calidez de mi territorio interior. Entorno los ojos y descifro su código.

El 13 de Febrero es el Día Mundial de la Radio. Me estremece una desaceleración brutal que me traslada al invierno del período 1957/1958. Estudiaba yo primero de bachillerato y se cerraron todos los colegios. Contrajimos la gripe asiática el noventa por ciento del alumnado y a muchos nos dejó huella. Fiebres reumáticas y lesiones cardíacas, fueron el latigazo indeleble que nos marcó para siempre.

Durante tres años guardé reposo absoluto tres meses cada invierno medicándome con los primeros corticoides y antibióticos reforzados que llegaban de Europa. Me recuperé pero no se pudo evitar el soplo cardíaco que hasta hoy, agravado, me acompaña. Aquella estancia conventual y temporera trajo consigo satisfacciones que no sospechaba. Conocí la radio y se convirtió en mi mejor amiga, mi compañera de juegos más leal, incansable y divertida. Me impresionaba el programa de Alberto Oliveras, Ustedes son formidables. Así pude conocer la música clásica ya que su sintonía era el primer fogoso movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak. Por la tarde reía hasta el agotamiento con Matilde, Perico y Periquín, me angustiaba con Supermán siempre a punto de ser víctima de la kryptonita y logré entender el humor de Pepe Iglesias, El Zorro, para mayores y pequeñitos.

La radio se ponía seria cuando a las dos de la tarde mis padres ordenaban silencio para escuchar en onda corta las noticias en español de la BBC de Londres. Así nos enterábamos de las huelgas mineras del asesinato de Julián Grimau y de las represiones, rapiñas y violaciones que practicaba la Brigada Político Social amparada por el sanguinario Tribunal de Orden Público. A las once de la noche, en onda media, conectaban con Radio París para completar la información del día.

El Ángelus y aquella sintonía machacona del Diario Hablado franquista, poco se oía en casa. Eran los tiempos oscuros en los que se decía que los españoles sabían volar. La Policía siempre disparaba al aire para evitar tumultos pero desplomados sobre las aceras, florecía en sus camisas la sangre de las heridas mortales de los que defendían sus derechos.

La radio me enseñó mucho. Hoy veo que aquel tiempo seduce a los hijos de aquellos represores y otra vez me refugio en ella. A veces, en la penumbra, aún veo a mis padres al calor de la mesa camilla buscar tras la boca anónima de la radio el mundo que se merecían.