Pelillos a la mar

Maxi Olariaga

FIRMAS

26 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Le haré un favor. Tengo un primo lejano pero de mucho roce que, puede creerme, ejerce de agente doble balanceándose desde hace años en la inestable cuerda que une oriente con occidente. Es un espía a la pàge, no un Mortadelo ni un CNI de caña de cerveza y bocadillo pringoso disfrazado de farola al lado de la cabina telefónica de un barrio oscuro. No. Mi primo -disculpe que por razones obvias no dé su nombre- bate el Martini seco sin revolverlo y fuma cigarrillos turcos en boquilla de plata.

Es un espía de los de antes. De hotel caro y Ferrari rojo en puerta. Se debe estar haciendo viejo porque hace un par de semanas vino a verme. Añoraba la empanada de raxo que preparaba mi suegra. Solíamos devorarla los días claros de noviembre bajo la parra de uva catalana que filtraba entre mordisco y mordisco una maravillosa luz violeta sobre el filo del cuchillo de plata tiñendo el plato de nazareno.

Así fue que dimos cuenta de aquella gloria y mansamente, palabra a palabra, llegamos a la confidencia. Fue entonces cuando me lo dijo. Me preguntó si iba a la barbería con frecuencia. Jamás. Mi esposa es peluquera y ella se encarga del tejadillo. Como verás me cuida, le señalé orgulloso mi cabello sano. Me alegro, suspiró. Procura no ir, dijo mostrándome esa foto que dejó sobre la mesa.

Sorprendido le miré naufragando en la incógnita. Escúchame bien, dijo bajando la voz y mirándome de soslayo como solo saben hacerlo los espías de verdad, ahora lo hacen en las barberías y en las peluquerías femeninas. Pero? ¿qué hacen? ¿A qué te refieres? Escúchame bien y no me interrumpas. Tal vez hayas observado que cuanta más leña reparten menor es la protesta y la rebeldía. ¿Acaso no te has fijado en cómo se diluyó mansamente el ímpetu del 15-M? ¿No palpas en las calles una resignación casi senil, una rendición sin condiciones?.

Mi primo ajustó el cuello de la gabardina levantando las solapas. Estamos intervenidos, dijo. Puedes creerme. Es un proceso sencillo. Primero te afeitan, te ofrecen el servicio gratis para que no lo rechaces. La espuma contiene un anestésico inocuo de modo que te adormeces acariciado por la tibieza de la brocha. El agente clínico, o sea el barbero, no tarda ni cinco segundos en implantarte tras el oído izquierdo un chip diminuto. Lo activa y en un pispás te roba la voluntad. Ciertamente no sientes nada. Puede que algún amigo íntimo o tal vez tu familia, te note un aire lánguido y conformista pero pronto ellos mismos serán implantados y se les olvidará la inquietud. ¡Esto lo están haciendo cada día a millones de individuos en todo el mundo!.

Me quedé estupefacto y me palpé la piel tras las orejas. Creo que todavía soy quién era, suspiré. A tu mujer se lo implantarán en su peluquería y ella, entonces te intervendrá a ti. Lo hará por tu bien, claro. Estará programada. Suerte, curmán. Tal vez no volvamos a vernos. No cuentes eso por ahí. Llegará a sus oídos y te despacharán. Hazte el implantado, déjate ir. Y desapareció tras los pámpanos.

Recogí la fotografía y decidí jugármela. No tengo nada contra el ilustre gremio de peluquería. Pero me siento obligado a prevenirles. Tienen que saberlo. ¡Resistan!