El robo de las tablas de Rubens

La Voz

FIRMAS

CEDIDA

Un emigrante descolgó los cuadros y se los llevó sin que lo vieran

20 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Muchos coruñeses no conocían su existencia. Pero él sí. La Casa del Consulado albergaba y exponía las colecciones de arte del Museo Provincial y de la Academia de Bellas Artes. En sus paredes estaban colgadas dos pequeñas y magníficas tablas pintadas por Rubens: La Aurora o Psique, y Dédalo y el Minotauro o El Laberinto de Creta. Son bocetos al óleo, con escenas mitológicas, de dos de los lienzos encargados por el rey Felipe IV para decorar la Torre de la Parada, su palacete de caza en las cercanías de Madrid. Rubens los pintó hacia 1636. Con el paso del tiempo, estos bocetos fueron cambiando de dueño hasta llegar a manos de Elvira de Arévalo y Gener, coruñesa residente en Madrid. Fallecida en 1895, por mandato testamentario legó dichas tablas al futuro museo de arte de A Coruña y, mientras no estuviese establecido, ordenó que quedasen en la Biblioteca del Consulado.

A pesar de las entusiásticas gestiones de un círculo de eruditos y artistas vinculados con la Academia de Bellas Artes, recopilando piezas y demandado su creación, el museo no se constituyó hasta 1922, pero sin un edificio. Tras la cesión de la Casa del Consulado, sería inaugurado en 1947.

A finales de los años setenta y comienzos de los ochenta el museo vivió tiempos difíciles, su presupuesto era reducido, carecía de personal y sus medidas de seguridad eran escasas. Condiciones propicias para los desaprensivos. Ya el 20 de enero de 1979 un visitante fue sorprendido cuando había descolgado y ocultado en su abrigo un cuadro del siglo XVII, La Gloria o El Paraíso. Logró huir sin su botín tras golpear al secretario del museo, el señor Torres, que le impedía el paso.

Lo peor aconteció el 16 de septiembre de 1985. Nacido en A Coruña y emigrante, R.R.P, de unos 50 años, conocía el valor incalculable de las tablas de Rubens, sabía que por su tamaño (26,5 por 16,2 y 26 por 16,5 centímetros) eran fáciles de ocultar y transportar. También había observado las carencias de seguridad y de personal del museo. Fue fácil. En la mañana de ese día, sobre la una, entró en el museo, quizá acompañado por algún cómplice, desenganchó las tablas con unos alicates o un destornillador y se marchó sin que nadie se diese cuenta. Denunciado el robo, la policía, de acuerdo con la Dirección General de Bellas Artes, optó por mantenerlo en secreto para facilitar las investigaciones. La noticia no se conocería hasta el 9 de noviembre. La Brigada de Patrimonio avisó a la Interpol por si los ladrones intentaran colocar las obras en el mercado internacional. En enero de 1986, en el Museo Nacional de Estocolmo, la conservadora Görel Cavalli-Björkman iba a tasar una pequeña pieza que le habían llevado. Experta en pintura flamenca e italiana, la identificó: era uno de los Rubens coruñeses.