Beni heredó la pasión por la jardinería, que completó vendiendo frutas y verduras
29 sep 2013 . Actualizado a las 06:00 h.Beni Fernández comparte nombre con el piloto y empresario de la automoción, pero si hubiera algún punto de conexión entre ellos, el único sería la velocidad, aunque para el automovilista vigués se ayuda de un motor para correr y Benigna, la Beni Fernández Covelo de la calle Cervantes, anda a cien por hora con el único impulso de su corazón, su energía y su fuerza de voluntad.
La viguesa regenta desde hace 40 años una de esas tiendas en peligro de extinción, un establecimiento en el que la gente llama por su nombre de pila a su propietaria, conoce su situación familiar y sabe de sus preocupaciones. De forma recíproca, la tendera también se sabe el nombre de casi toda sus clientas y está al día de sus asuntos, al menos, de los que quieren compartir con ella. Y no son pocas.
El trasiego por su pequeño negocio es continuo en la céntrica calle Cervantes, una vía que registra mucho tránsito de viandantes. Beni no para. A las seis de la madrugada ya está en pie para ir al almacén a por los productos que despachará en el día. A las 8.30 ya está con la mercancía en su local y durante toda la mañana ofrece productos frescos y una atención personalizada que no puede sustituir ningún supermercado. Las verduras y las frutas van aderezadas con mucha conversación. «A la gente le gusta el trato tú a tú, me cuentan sus cosas y yo las mías, es muy como de andar por casa. Vienen a comprar lo que necesitan, sí, pero también vienen a que las escuchen, porque resulta que eso también es necesario. Y a mí también me gusta que me escuchen a mí», argumenta sobre sobre este proceder que en otros tiempos era lo habitual. «Tengo una clientela maravillosa que no cambio por nada», afirma sin reservas.
Beni lleva cuatro décadas en su tienda, pero ya antes había otra. «Yo le cogí el traspaso a una señora que se llamaba Brígida, que habían montado su negocio tras regresar de Venezuela. Ya entonces empecé con flores y plantas y por suerte no me va mal, pero han sido muchos años de sacrificio, de trabajo duro para sacar esto adelante», asegura.
Se decidió a poner en pie su pequeña empresa por tradición familiar, haciendo honor al apellido del patriarca. «Mis abuelos, José Flores y Benigna Covelo, fundaron hace más de 70 años el vivero Flores en Santa Cristina de Lavadores. Mis padres continuaron con él y ahora aún lo llevan mi madre y una hermana mía», cuenta. De allí aún trae parte de su mercancía que completa con una oferta muy amplia. Ella, además, completó su formación en la Escuela de Arte Floral en Silleda y en la Escuela de Jardinería en Salceda, y ha ganado no pocos premios en diferentes concursos. Cuando termina su jornada en la calle Cervantes, come, descansa un poco, y continúa con su otra vertiente, ya que por las tardes coloca plantas en jardines. En cuanto a las frutas y verduras, dispone de una mercancía que cada vez tiene más adeptos, (jóvenes y mayores) ya que buena parte le llega de pequeños productores de la zona y atrae cada vez más a un público que busca, por ejemplo tomates que sepan a tomate de verdad.
Beni vive desde hace mucho en el mismo edificio donde tiene su local y el hecho de llevar 40 años al pie del cañón no le resta ilusión. Al contrario, sueña con ampliar el negocio. «Aunque se ve poco, hay mucho terreno hacia atrás y con el tiempo me gustaría dedicar el espacio a montar una buena floristería», advierte. Beni tiene tres vástagos y no parece que vayan a coger el relevo, «aunque mi hija hizo algún curso y a lo mejor...». La empresaria es una persona luchadora y animosa, y ahora que atraviesa una racha algo baja, no tiene dudas de que saldrá adelante. «Tengo la ayuda más importante que hay», dice volviendo la vista hacia un cuadro de Jesucristo.