El legado solidario de la señora Paca

Begoña Rodríguez Sotelino
B. R. SOTELINO VIGO / LA VOZ

FIRMAS

M. MORALEJO

Teresa y su hermano relevaron a sus padres en el local que fundó la abuela en años de guerra

07 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Teresa Pérez Fernández no nació con un pan bajo el brazo, ni falta que le hacía, porque en su casa el pan es el suyo y el nuestro de cada día, el de los vigueses, desde hace 75 años. Teresa es tataranieta, nieta, hija y sobrina de panaderos: la saga de los Lavandeira, que llegaron a Vigo desde la localidad de Barcia de Mera para instalar en Los caños el primero de los negocios que luego se expandieron por toda la ciudad. Teresa, que relevó a sus padres Teresa y José cuando se jubilaron, regenta el establecimiento de la plaza de Santa Rita, donde también trabaja su hermano Ignacio, y recuerda que fueron sus abuelos, Albino Fernández y Francisca Barcia, los que, recién casados y con un saco de harina como único capital, montaron el negocio en unos tiempos muy diferentes a los actuales. «Ahora habrá crisis, pero antes había hambre», afirma. «Como crecí con las historias que me contaba mi abuela, cuando oigo a mis amigos les digo: ?Por favor, dejad de quejaros, lo de ahora es vicio?».

«Mi abuelo era el mayor de siete hermanos y cada uno montó una panadería», cuenta. Hoy en día aún quedan varias en manos de la familia, Casablanca, en la calle Brasil, donde está su tío Ricardo; El Molino, que su prima Loli derivó hacia el sector confitero, o la del apasionado de los coches de lujo, Beny Fernández Lavandeira, en Carral.

La abuela, doña Paca, que falleció el año pasado, con 97 años, era todo un personaje cuya fama se extendía por toda la urbe debido a su proverbial generosidad, ayudando con lo que podía en la época del racionamiento a vecinos que llegaban desde Sárdoma, Bembrive y otras parroquias de la ciudad. «Empezaron con muy poco. Eran muy trabajadores, no descansaban nunca. Venían chavalitos de la aldea a pedir trabajo, y ella los lavaba, los vestía, les cortaba el pelo y muchos de ellos tienen ahora panaderías o trabajan en el sector. Y a mucha gente le anotaba lo que dejaban a deber en la libreta y luego la rompía sin cobrarles», cuenta.

Entonces, la panadería estaba en el bajo del mismo número de la plaza, pero en la antigua casa de tres pisos que hace nueve años se reformó para construir un nuevo edificio.

Teresa, como su abuela y su madre, que nació allí, se formó en el oficio desde pequeña. «Yo estudiaba por la mañana y por la tarde despachaba», Y como su hermano, en épocas de mucho lío trabajaban como el que más. «En Semana Santa con los roscones, por ejemplo», recuerda.

La panadería Santa Rita sigue siendo un negocio muy familiar «ya no solo por nosotros», aclara, «sino porque la clientela es como de la casa. No son clientes, son amigos», asegura. La denominación se extiende también a los empleados, como José, que es toda una institución en el local. «Su padre ya trabajaba para mi abuelo», indica.

La zona ha cambiado mucho desde aquella época de los abuelos y la pobreza que dejó la guerra.

Ahora, Santa Rita sigue siendo un espacio con mucho movimiento que genera, sobre todo, el Hospital Xeral y los alumnos del Colegio Hogar. «Hemos alimentado de empanadillas a varias generaciones de estudiantes. Algunos, ya adultos, aún vienen a recordar tiempos y pedir la empanadilla de la señora Paca».

La panadería se ha modernizado pero siguen fieles a la tradición de las empanadas y las madalenas y bizcochos de la abuela, todo hecho a mano. «Le enseñó la receta una monjita de María Inmaculada», desvela la nieta. Los sucesores de doña Paca heredaron también su espíritu solidario. Cada día entregan un saco de pan fresco a los Hermanos Misioneros de los Enfermos Pobres y lotes de empanadas a las Misioneras del Silencio.