Se han llevado (casi) todos los premios del año. Un francés desconocido en una película en la que no dice palabra. Una americana en la piel de una británica con armadura de hierro. Todas las apuestas los dan como el dúo ganador de la noche: Jean Dujardin y Meryl Streep parecen predestinados a llevarse su primer y su tercer Oscar, respectivamente, por The Artist y La dama de hierro. En la carrera solo parecen hacerles sombra George Clooney, el único pilar que levanta la mediocre Los descendientes, y Viola Davis por Criadas y señoras, la revelación independiente del año.
Clooney es la baza americana en un año en el que los papeles que optan a premio arriesgan poco (menos el francés). Gary Oldman es una pieza fuera de catálogo, Brad Pitt borda uno de sus mejores trabajos en El árbol de la vida? pero lo nominan por Moneyball, y el bicho raro es el mexicano Demián Bichir. La lucha parece limitada a Dujardin y Clooney. ¿Olvidos? Dejar en tierra a Michael Fassbender en el que ha sido su año (tal vez Shame sea más de lo que la Academia puede soportar).
Hollywood, una vez más, parece empeñado en demostrar que para ser un buen actor hay que transformarse. Como si solo se lograse una buena interpretación si alguien se deforma, afea o imita, la categoría femenina cuenta este año con una mujer en la piel de un hombre (Glenn Close), una copia de Marilyn (Michelle Williams), un clon de Margaret Thatcher (Meryl Streep), una cría convertida en la extraña Lisbeth Salander (Rooney Mara), y, afortunadamente, una Viola Davis que solo interpreta a una mujer.
La pasión de los Óscar por el transformismo deja por el camino algunas de las actuaciones más inteligentes del año, como la de Jessica Chastain en El árbol de la vida, o la desmesurada Keira Knightley de Un método peligroso.