El PSOE está inmerso en un proceso ilusionante y convulso. Ilusionante porque tenemos la oportunidad de replantearnos cuestiones argumentales, como la elección directa de nuestros cargos orgánicos un militante, un voto, o la necesidad de políticas fiscales desde la izquierda contra la especulación y el fraude, que garanticen un Estado del Bienestar sólido e indestructible.
También debemos aprender que estar en la sociedad es un concepto que ha cambiado. La vieja y arcaica sociedad de los influyentes padrinos es ahora un conjunto plural y heterogéneo de ciudadanos más libres, más formados e informados, más críticos, que demandan otra cosa. La izquierda se basa en razones y si se vacía de ellas ni puede ni debe sentirse legitimada. Así debe ser.
También es convulso este proceso. El PSOE es un partido que abre las ventanas, no como otros. Aunque quizá debiéramos hacerlo más y sacudir algunas alfombras que pudieran haber quedado manchadas. Si no, quizá le caigan a algunos los pecados de otros que observan desde su elevada atalaya. Toda opinión constructiva contribuye, y si queremos que la sociedad confíe en nosotros debemos mostrarnos tal y como somos. Es tiempo congresual, de debate, también de liderazgos y nombres. Un líder da y quita credibilidad a un proyecto. Si alguien confunde este debate con el enfrentamiento personal, con alianzas interesadas, entonces no está en este debate. Está en otro. Nunca un proyecto político, social o de cualquier tipo pudo llegar más allá de las narices de nadie si nace desde la especulación, la traición, la deslealtad o la ambición desmedida.
El debate argumental y de liderazgos políticos es el que hará de este partido la organización que una gran parte de la sociedad está esperando. Es necesario afinar, separar el grano de la paja. Para saber quién está en el contraste de ideas y quién quiere aprovechar el momento para saldar cuentas y recolocarse, una vez más. Conviene estar alerta ante quienes hayan pasado más tiempo en cargos institucionales remunerados que de militantes del partido, que los hay, y que ahora piden renovación. Ya rozaría el colmo del surrealismo. Es como si un compañero hubiera sido, por ejemplo, un alto cargo de algún ministerio y quisiera decir ahora que la culpa de las derrotas es de todos los demás, y que se vayan. Menos mal que no llegamos a tal extremo. ¿O sí?