Valores humanos

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

VALDOVIÑO

09 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Leer el periódico es algo parecido a dar un paseo por una gran ciudad. Nos vamos enterando de cosas a medida que avanzamos por las páginas del diario, lo mismo que descubrimos nuevos edificios, gente desconocida y situaciones que sorprenden cuando paseamos por calles y avenidas. Y tanto en un caso como en otro, siempre se agradece una pausa, un descanso, que en caso del paseo puede ser un banco en un pequeño parque, y en el caso del periódico, un reportaje o un artículo interesante y amable. ¡Cómo se agradece ese regalo en medio de la vorágine de malas noticias de todo tipo que nos trae la prensa!

Pues un descanso así, reconfortante y didáctico, lo encontré en este periódico el domingo pasado en la edición local, en el apartado Comarcas. Un reportaje sobre un vecino de Valdoviño, albañil de profesión, con más de 50 años en la construcción. El texto narrativo está salpicado con breves intervenciones del protagonista, que va concretando los datos que apunta la periodista. Entre una y otro nos van contando la vida de una familia humilde y ejemplar, como hay tantas en Galicia, y que por ser tan abundantes entre nosotros, casi nos pasan desapercibidas. Tanto en las clases sociales acomodadas como en las menos favorecidas, es frecuente encontrar personas que presumen de sus familias. Todos, en mayor o menos medida, estamos orgullosos de las propias. Pero entre las clases menos favorecidas, especialmente las del mundo rural, con frecuencia encontramos gente que se siente muy satisfecha de la suya por haber sido capaz de salir adelante, escapando dignamente, a base de trabajo, de la pobreza a que parecían condenados. Y este es el caso del protagonista del reportaje del que hablo.

Su vida debiera ser un ejemplo de sacrificio, de trabajo, de sensatez, para todos los que estamos instalados en esta sociedad individualista y acomodaticia, donde se admira la ostentación y el éxito social. Pero me temo que ese ejemplo ya cotice muy bajo en este mundo de cartón piedra. Marcial (al que no conozco, pero al que desde esta columna muestro todo mi respeto y admiración) era el segundo de diez hermanos en una familia rural muy humilde. Con doce años empieza a trabajar y a la escuela va cuando puede. Aprende el oficio de albañil, el mismo de su padre; hace de sacristán, aprende a empapelar habitaciones, acepta cualquier trabajo manual que le pidan los vecinos, y aporta a la familia dinero que la madre gobernará con buen criterio. Trabaja todos los días de la semana, incluida la mañana del domingo, pero no perdona el ir a bailar a salas como La Concha, próximas a su domicilio. Se casa muy joven, tiene dos hijos, se hace autónomo, domina ya el oficio, empieza a construir viviendas unifamiliares por Valdoviño, Neda y Cedeira. Su gran ilusión era construir una casa grande, acogedora, en la que se pudiera reunir con su numerosa familia. Y lo consiguió en un sitio privilegiado, frente a la playa de A Frouxeira.

En su empresa trabajaron todos sus hermanos, su padre y los dos hijos, un ejemplo de solidaridad familiar. Pero antes de todo esto tuvo tiempo para aprender matemáticas, perfeccionar su afición al dibujo lineal, hasta el punto de que es él mismo quien diseña las restauraciones de casas viejas, quien redacta los presupuestos y quien discute con los arquitectos los planos de las nuevas construcciones. Las familias son representaciones del mundo a pequeña escala. A mí me queda claro que esta familia de Marcial es de las que lo mejoran y le dan sentido.