Transparencia

José Varela FAÍSCAS

VALDOVIÑO

20 jul 2020 . Actualizado a las 21:24 h.

La brisa untuosa que asciende lenta desde el mar peina los penachos rubios de las hierbas que encañan alto y descuellan sobre los tojos rasos de la costa y contrastan con el verde del tojal, limpio por el rocío de la noche, un tono esmeralda que pardea a medida que se aleja sobre las lomas que tapiza y que se desploman hacia el Atlántico. En alguna vaguada se hunde encajonada una paletada de verde tierno, tal vez travesura de un torrente. La pista que bordea el litoral de Pantín, desde la playa de O Rodo hasta la balconada de O Paraño, ya sobre la blancura de A Frouxeira con A Saíña a sus pies y el faro de Meirás al fondo, es como una pinacoteca que se acicalase después de que un aguacero arrastrase con su bayeta la calima que empolva el aire del verano. El paisaje, entonces, aparece limpio y transparente; virgen. Esas mañanas pareciera que nadie antes que nosotros alcanzó a contemplarlo. Se ofrece, pues, incólume e incontaminado por otras miradas previas, tan natural como una ficción, tan real como un espejismo: verdadero. La visión se acompaña de la música incidental del bisbiseo de un viento leve, el pizzicato de la incontinencia canora de las aves, y las pisadas quedas del caminante como pulsaciones del corazón, ese rítmico compás que el doctor Iriarte registró por primera vez en una cardiofonía que el más universal de los zanfonistas españoles, Germán Díaz, inmortalizó desde la Terrachá lucense con su sedoso y lírico virtuosismo. El paseo de la mañana es un festín sensorial -qué decir del empaste sinfónico de sus aromas herbáceos-; un bálsamo para el alma. Y rompe aguas al parto con fórceps de esta íntima prosa melancólica, amanerada y cursi.