Caballeros de piedra en sueños

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

MONFERO

05 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Últimamente ya no, pero hasta hace unos años aún iba yo alguna vez, de madrugada, al monasterio de Santa María de Monfero, para sentarme, en medio de la oscuridad, en uno de los bancos de piedra de la antigua portería -donde aún se aprecia, si uno repara en las nervaduras de la bóveda, o al menos así me lo parece a mí, la huella del arquitecto que culminó la obra de El Escorial, el gran Juan de Herrera-, con la esperanza de poder escuchar, a través de la noche, el canto de los monjes que habitaron en otro tiempo ese lugar maravilloso. Como nadie ignora, al corazón del hombre le hace bien, aunque sea de tarde en tarde, alejarse de toda luz que no sea la de la luna y la de las estrellas, y envolverse en un manto de soledad para conversar consigo mismo en silencio. A poder ser, entre ruinas: allí donde las viejas piedras labradas, heridas por el curso de los siglos, nos recuerdan no solo que la vida pasa, sino también que todo se acaba cuando menos se espera. Llegados a este punto, he de confesarles que jamás escuché allí, en Monfero, en la soledad de la noche, canto monacal alguno. Ni vi pasar, tampoco, a ningún espectro. Solo llegué a escuchar, junto al único campanario que conserva la iglesia monástica -el otro lo derribó un rayo-, el hermoso canto de la lechuza. Y en una ocasión, eso sí, sentí que en medio de las sombras se había detenido a mirarme, quizás extrañado por mi presencia y antes de proseguir su camino, un ser de cierto tamaño que probablemente sería un jabalí, aunque a mí me gusta pensar que era un ciervo. Le quiero mucho al monasterio de Monfero, y no saben cuánto me gustaría poder verlo algún día, por fin, restaurado íntegramente. También yo soy devoto de la Virxe da Cela -muy avogosa contra toda clase de males, y a la que al parecer ya se veneraba allí, en una pequeña ermita, cuando en el siglo XII llegaron los primeros monjes-, y me fascinan tanto la majestuosidad de la iglesia y del conjunto monástico como la belleza del paisaje que los rodea, que es magnífico. Ahora, cuando voy a Monfero, lo hago siempre de día. Hay una cierta magia en la forma en la que el sol va dorando las paredes del monasterio mientras cae la tarde. Me pregunto qué soñarán, en sus sepulcros, los caballeros de poderosa armadura que duermen, en la cabecera del templo, ese profundo sueño que nosotros llamamos muerte.