Modernidades

Jose A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

29 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Volvimos a aquel restaurante adonde hace años, cuando los hijos eran niños, y aun siendo adolescentes, íbamos muchos domingos de invierno. Quedaba cerca de la ciudad, pero lo suficientemente lejos como para cambiar de ambiente y también para pasar unas horas en el campo. Un pequeño núcleo de casas, un ambiente rural y un monte con excelentes senderos para andar y respirar. Más que un restaurante era una casa tradicional de comidas caseras y económicas, que le tenía cogido el punto exacto a los callos y a la carne asada, sin olvidarnos del caldo y del cocido. Gastronomía tradicional, casera, bien preparada y económica, lo que explicaba la cantidad de gente que se daba cita allí cada domingo. Después de años, volvimos allí mi mujer y yo, movidos por la curiosidad de cómo seguiría aquella casa, y para recordar con cierta nostalgia el tiempo pasado, cuando los hijos venían con nosotros a todas partes. Nos sorprendió que allí todo seguía igual. El gran salón comedor; el señor que llevaba el negocio, hoy un octogenario ya retirado; los nietos, chica y chico, que eran niños y ahora, treintañeros, son los que regentan aquello. Las mismas camareras ya con años de trabajo encima; mesas, sillas, percheros, todo igual como si el tiempo se hubiera detenido para las cosas y sólo afectase a las personas. Y nos alegró comprobar que la comida, por lo menos lo que tomamos, sigue siendo excelente.

Saludamos al abuelo y hablamos un poco con los nietos, lo suficiente para que nos dijesen que cuando faltase el abuelo (que seguía siendo el propietario) pensaban hacer una reforma profunda del local y darle al negocio una orientación distinta. Hay que estar al día y ofrecer platos más elaborados, alternativas vegetarianas, un poco de sofisticación, la nueva cocina… y, claro, con otros precios. Yo le pregunté si no les iba bien con este estilo de comida, y me respondieron que no había queja, pero que, como todo en la vida, conviene renovarse. No le contradije ni hice ningún comentario al respecto, pero durante el viaje de vuelta a casa no dejé de pensar en este asunto, sobre todo porque no siempre hay que dejar atrás lo tradicional para abrazar lo nuevo y lo moderno. Y, sobre todo, porque, cuando algo funciona bien, no es conveniente modificarlo. Y me acordé de aquel cuento del gran Antonio Pereira, de tema semejante: un matrimonio, con una casa grande al borde de la carretera nacional 6, en el Bierzo, empezó a dar comidas los domingos y festivos. Su medio de vida era la agricultura, pero la mujer tenía muy buena mano para el cocido y poco a poco fueron dejando los trabajos agrícolas para poder acoger a los clientes que iban aumentando de forma sorprendente para ellos. Comida abundante, estilo casero y buenos precios. Hubo que poner el teléfono para atender las reservas y cada vez acudía más gente. Con el negocio viento en popa, pudieron darle carrera al hijo y hasta mandarlo a USA a hacer un máster de economía. Cuando volvió, empezó a hacer números y convenció al padre de que había que darle un giro al negocio. Se avecinaba una gran crisis y había que adelantarse a la misma. Redujo camareros, de los manteles de tela se pasó a los de papel, las raciones menguaron, los precios subieron… y los clientes fueron desertando. Cuando ya casi no entraba nadie en aquella casa, el padre, en su inocencia mercantil, no dejaba de comentar con los vecinos: «hay que ver lo listo que es mi hijo, esta crisis ya la previó él hace un año».