Los maestros

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FENE

SIMÓN BALVÍS

09 mar 2018 . Actualizado a las 23:35 h.

Siento una gran admiración por los maestros, que hacen que la escuela sea una de las principales columnas sobre las que se asienta un país, y consiguen convertir el aula en la mayor de las puertas abiertas al futuro. Estoy seguro de que ustedes coincidirán conmigo en que hay pocos oficios más nobles y más generosos que enseñar a leer y escribir, fomentar los valores sobre los que se sustenta nuestra cultura y, en definitiva, educar a los niños para que lleguen a ser lo más importante que se puede ser en este mundo: personas con criterio propio, ciudadanos solidarios, tolerantes y verdaderamente libres. Todo el país, la sociedad entera, tiene una inmensa deuda con los maestros. Y Dios me libre de hablar por nadie, pero me atrevería a decir que todos nosotros, sin excepción, estamos en deuda con ellos, también. A los míos me gustaría mencionarlos uno por uno, pero la emoción no me deja. En cualquier caso, su recuerdo habita mi corazón. Me acuerdo mucho, por ejemplo, de Pepiño, con el que aprendí a leer, junto a tantos otros niños del lugar en el que nací, en el bajo de la casa de sus padres. Murió muy joven, y por desgracia hoy ya no soy capaz de decir cómo eran ni su voz ni su rostro, aunque sí recuerdo que aquella escuela olía a manzanas siempre. Me acuerdo de Parada, el de la escuela de Perlío, que habita también lo que llamamos muerte. Ningún río tenía secretos para él, y su padre había escrito una novela. Recuerdo a Juan Sarmiento en la escuela de O Souto, gran músico, gran deportista y gran lector, que está más joven que nunca. Como Mary Carmen, que nos daba clase en el colegio Los Hexágonos. ¡En fin...! Perdonen. No quiero seguir emocionándome.