Cristina Fernández, hostelera en Ares: «Ser autónoma tiene más de positivo que de negativo; ojalá no pagáramos tantos impuestos, es un lastre»
ARES

Esta burgalesa, economista de formación, mima a sus clientes del Bocarte, el bar del mercado municipal, con sus tapas de parrochitas y sardiñas afogadas
19 may 2025 . Actualizado a las 13:10 h.Burgalesa de 46 años, Cristina Fernández Sáinz-Maza aterrizó en Galicia por trabajo, al poco de licenciarse en Económicas. La banca la condujo a Narón, donde se asentó y donde no tardó en aparcar las finanzas para entrar en la fábrica Licores Las Rías, hasta que cerró, en 2013. «Fueron once años en la parte comercial (con clientes mayoristas), aunque siempre ayudaba a hacer... era una empresa familiar y fue un aprendizaje muy bonito, la química, la alquimia, las fórmulas... Allí pasé mis mejores años laborales», recuerda.
De los destilados pasó a una consultora hipotecaria. «Volví a mi oficio, era apoderada de la banca para la firma de hipotecas, una figura que ya existía pero que se potenció con la crisis. Antes iba el director de la entidad, no había quien supervisara las condiciones de forma neutral», explica. Aquella etapa, que duró cuatro años, supuso su primera experiencia como autónoma: «Había meses que no tenía ninguna firma y no me daba de alta».
Pero la carga de trabajo iba a menos y sus necesidades como madre crecían. «Pensé que crear un negocio me permitiría conciliar. Requiere mucho sentido común, lanzarse al vacío no es nada fácil sin un respaldo económico familiar fuerte. Pero un trabajo [por cuenta ajena] me supeditaba a un horario, y sin familia cerca, cómo concilias... necesitaba un empleo que me permitiera llevar a mi hijo al fútbol, acompañarle en la infancia y la adolescencia [hoy tiene 18 años]», repasa. Por medio se cruzó Ares: «Me gustaba la idea de vivir en un pueblo, sin necesidad de coger el coche para desplazarte... y aparte es un sitio muy bonito».
En 2017 se mudó con su hijo a la villa aresana y hace seis años que dio rienda suelta a su vocación emprendedora, que la llevó al mercado municipal. «Fue casualidad, fui al ayuntamiento a preguntar las condiciones de otro local y me comentaron que había un puesto para hostelería, aunque no existía... vi el hueco y fui a subasta con otras personas», cuenta. Así acabó en el cafetín del mercado, Bocarte, que inauguró el 17 de mayo de 2019. De domingo a jueves abre por la mañana, y los viernes y los sábados, también por las tardes.
«Diseñé el horario para poder tener vida familiar, y también estudié el mercado, y por semana no hay clientes suficientes para que sea rentable estar todo el día (me gustaría para generar empleo, pero salvo en verano, no es posible)», detalla. Bocarte trabaja en simbiosis con los pocos puestos del mercado. Apuesta por los productos kilómetro cero: «Doy desayunos (hago bizcocho todos los días, con los limones de mi vecina), vinos ricos y tapas ricas (una diferente cada día, todas hechas por mí, elaboradas, las subo a las redes para que lo sepan los clientes). Ensaladilla, salpicón, tortilla de patata con y sin cebolla... y recetas locales como las parrochitas o las sardiñas afogadas... es una forma de hacer promoción de mi compañera pescadera o de la tienda donde he comprado el queso».
«Vamos a ver a Cris»
Bocarte es un mini bar, con solo tres mesas dentro y terraza, pero Cristina lo ha hecho grande. «Tiene una función social, el mercado es un lugar de reunión, un pulmón... a veces no es tanto lo que ganas como lo que tú aportas al sitio donde habitas, es importante estar integrado en esa comunidad. Todos mis clientes tienen nombre (y sabe lo que van a pedir) y al revés también, dicen: ‘Vamos a Cris a tomar un vino, porque me trata bien, para que pueda seguir'. Tengo que agradecerlo». De vez en cuando organiza fiestas, «algo diferente, dentro de los límites de un sitio pequeño». Todo cambiará el día que pueda ampliar y cuando se ejecute el proyecto de la plaza, que abrirá el mercado al mar.
Su clientela es dispar, desde los feriantes de los dos mercadillos semanales al resto de placeros. «Viene público de 35 a 55 años, de poder adquisitivo medio-alto, veraneantes y venideros (ha venido muchísima gente a vivir por teletrabajo o porque han dejado la ciudad). El cliente local te conoce, eres vecina y también consumidora... economía circular», comenta.
Para esta mujer «de diez», como repite quien la conoce, «ser autónoma tiene más de positivo que de negativo». «Ojalá no pagáramos tantos impuestos, es un lastre para los negocios, sobre todo para el autónomo pequeño, con pocos empleados», añade. De lo bueno destaca «la disponibilidad, más que libertad, a costa de sacrificar tus ingresos», que le ha permitido criar a su hijo y cuidar a su madre. ¿La otra cara? «Que estás siempre pensando en el trabajo, qué voy a hacer, cómo progresar... aunque yo entreno la desconexión. Pero la parte creativa, el cerebro... no para, y cuando es un trabajo en el que tratas con personas, tienes que estar siempre bien, tener muchas habilidades sociales, eso lo tienes que cuidar, el cliente lo detecta todo, saben de ti, qué te pasa, y yo sé de ellos, el bar es el mejor psicólogo en estos pueblos, junto a la peluquería», apunta.
A Cristina le gustaría disponer de más tiempo para escribir (tiene un libro publicado) o hacer papel (a partir de fibras vegetales, ha impartido varios talleres). Pero se levanta contenta para ir al mercado y lleva dos años organizando una concentración de mujeres autónomas de Ares el 8M, una cena para conocerse y compartir «diferentes formas de ver el negocio». Auténtico networking. «Hay sororidad y unión», celebra. El suyo es un bar de barrio: «He sido capaz de crear algo y creer en un proyecto que nadie veía, y eso me enorgullece [...]. Apuesto por este mercado, merece la pena, y me siento respaldada por el Concello».