
Tampoco esta primavera se ha oído en Escandoi el canto del cuco, y miren que estamos a comienzos del mes de mayo. Pero puedo dar fe, al menos, de que en Río de Sáa ya se veía el miércoles el primer caballito del diablo, que estaba secando sus alas al sol y pensando, sin duda, en echarse a volar, como un minúsculo milagro de metalizado color azul, sobre el cauce del agua. Los ánades reales han vuelto al cubo del molino, y las truchas juegan al escondite, como también las anguilas hacen. Los corzos, siempre desconfiados, salen a pastar, al amanecer, cuando la luz aún se está asomando, llevando buen cuidado de que nadie se les acerque, y un águila gigantesca, llegada del corazón de la fraga del Belelle o quien sabe, incluso, si de la del Eume, contempla desde lo alto los viejos caminos abandonados que llevan al mar y que, no hace tanto, aún eran ricos en molinos de harina, en caballos de silla, en historias del Trasmundo y, por supuesto, en caminantes.
Leo Semblanza de Pío Baroja, de su sobrino Julio Caro, el antropólogo, y no dejo de pensar qué maravilla debía de ser oírlos conversar a ambos, al tío y al sobrino, en su casa de Madrid, tan cerca del Retiro, o en su caserío de Itzea, por ejemplo mientras el viento traía algunas gotas de agua —una lluvia mansa—. e iba cayendo la tarde.

Ya nadie atraviesa nunca, en San Paio, el minúsculo puente por el que dicen que pasó un día —todo cuanto se sueña, nadie lo olvide, es cierto— el Padre Sarmiento.
¿Cuándo le darán por fin el Premio Nobel de Literatura a Pierre Michon? No sé a qué esperan. Nunca lo ha recibido. Tampoco Claudio Magris. Ni Antonio Lobo Antunes.