
La verdad es que no sabría decirles por qué, y que no tengo manera alguna de demostrar que lo que afirmo es cierto, pero estoy completamente convencido de que mañana, como cada año, también subirán a Chamorro, entre todos los romeros de este mundo, otros romeros que ya no están entre nosotros más que en fechas muy señaladas. Romeros entre los que todos tenemos personas muy queridas, que han dejado de habitar esta orilla del río y que, por ser ahora invisibles, no conseguimos mirar con los ojos, de manera que para percibir su presencia —también allí donde da la vuelta el aire— lo mejor que puede hacerse es escuchar sus voces con el corazón.
La de Chamorro, la de Nosa Señora do Nordés, es la primera de las grandes romerías de la primavera gallega. Y una romería, además, a la que se puede acudir de muy distintas maneras, porque hasta la capilla de Nosa Señora tanto se puede subir en persona —por la costa nova, que es la asfaltada, o por la costa vella, que es la que sube desde Serantellos entre los árboles— como, si uno está lejos, haciendo uso de la fuerza de la saudade y de la ensoñación.
En este tiempo de hierro que nos ha tocado vivir, un tiempo que se desgasta y se derrama en cosas sin importante mientras se olvida de lo fundamental, conviene recordar que la eternidad existe, y que lo que está llamado a trascender no es solo el arte más exquisito, ni las cumbres del pensamiento, ni la gran literatura. Porque la eternidad reside, sobre todo, en lo verdaderamente valioso. En el afecto de amigos como ustedes, por ejemplo. Ese afecto que resplandece, desde siempre, en Chamorro. ¡Feliz Pascua!