Si el sueño se resiste y me deja despierta frente al mundo que quiero borrar de mi mente, busco cómo conseguir, al menos, la paz que necesito para que la noche sea una vigilia amable. En esa búsqueda suelo releer alguno de los poemas que son fieles compañeros de mis noches en vela. Anoche un verso, un solo verso, incrustado en un poema de Machado, consiguió despejar la espesa niebla que me produce pensar en el mañana de esta España, hoy herida y doliente por la tragedia y que poco a poco va mudando en caricatura que refleja la cruda realidad de una vuelta a la intolerancia y al frentismo que, fomentado desde el poder, nos hiela de nuevo el corazón, incluso cuando el barro se ha convertido en hábitat de cientos de miles de personas que desean comprobar que Valencia somos todos y nos unimos para reclamar y trabajar con lealtad por y para devolver a aquel trozo de patria: esperanza, recursos destruidos y la convicción de que España es grande porque lo son los españoles que, desde el día del horror, acuden a socorrer y acompañar en el dolor más cruel: la pérdida de seres queridos a los que siguen buscando. Trágica búsqueda, porque ya no hay esperanza de encontrarlos con vida.
Pero hay que seguir alimentando otras esperanzas como la de reconstruir lo destruido; apagar las voces que usan el drama para lo suyo (Valencia ya las ha escuchado y sufrido su violencia el sábado noche) apagarlas con una sola voz coral que recite el verso que cité al principio: «El hoy es malo, pero el mañana es... Nuestro. Y añado: «Si lo construimos entre todos».