En un medio informativo francés se hizo una encuesta sobre si los europeos somos felices o no. Y hasta se estableció una clasificación de países según el grado de felicidad que declaran los ciudadanos de cada uno de ellos. España, según esa encuesta, parece que bajó varios puestos respecto al año anterior, aunque no se especifican las causas. Yo creo que se debe a que nos reímos menos porque dramatizamos demasiado las cosas. Nos reímos muy poco, y casi nunca de nosotros mismos, que es una buena terapia.
Científicamente se afirma que las personas que ríen esquivan mejor la tristeza y el desánimo. Y disfrutan mejor el lado amable de lo que les pasa. Además, tener el sentido del humor incorporado cada día al estado de ánimo personal también es una forma de ser inteligente. Aunque a veces no lo parezca.
El filósofo Ortega y Gasset contó que su madre, esposa de un intelectual de gran prestigio (José Ortega y Munilla, que dirigía los tres diarios más importantes del Madrid de la época, y novelista muy celebrado en aquellos momentos), le dijo una vez al hijo de ambos (el futuro filósofo) estando el padre en una divertida tertulia en casa con escritores y amigos intelectuales: «Mira, hijo, qué tontos son unos hombres tan listos». Porque ellos se entretenían en ese momento hablando de cuestiones graciosas, muchas veces absurdas, llenas de ingenio más que de lógica y razonamiento. Suele ocurrir, en estas reuniones informales de gente culta y con sentido del humor, que la conversación se desvía por meandros insólitos, con chispa y gracia. Y no por eso dejan de ser unas personas formales y responsables.
En la actualidad tan complicada que vivimos, todos deberíamos potenciar el sentido del humor porque ayuda a sobrellevar las contrariedades y los malos momentos. Ser divertido no es lo contrario de ser serio, dos conceptos que pueden ser compatibles.
En una comida reciente de antiguos compañeros de la Enseñanza, algunos muy buenos amigos, compartimos una mesa distendida y, por momentos, muy divertida. No hablamos de política ni de religión, y muy poco de fútbol. Hablamos de recuerdos amables, de anécdotas graciosas, de la vida desde el lado amable y generoso, que lo tiene, en mayor o menor medida, para todo el mundo.
Fue una experiencia que nos reconfortó a todos, y es que en una reunión distendida, el ingenio y el humor animan la buena conversación, en las mesas familiares, en las comidas de compañeros de trabajo, como en este caso, y en las tertulias del café con amigos.
Es un síntoma social muy positivo: ayuda a la relajación, invita a todos a participar, crea buen humor e incita a disfrutar el momento. Donde hay personas inteligentes es muy probable que el humor esté también presente. Y si hay humor, hay cordialidad y buenas sensaciones. Es una pena que en los tiempos rápidos e inmediatos que vivimos se vaya perdiendo el hábito de la reunión alegre, del parloteo amable y agudo, y nos perdamos así, sin ganar nada a cambio, esa parte amable de la vida.