Habitar las palabras

Nona Inés Vilariño

FERROL

07 jul 2024 . Actualizado a las 21:13 h.

La expresión la escuché en una emisora de radio sin identificar a quién la pronunció ni en qué contexto, porque, fruto de las travesuras de mi móvil, la emisora se apagó de inmediato y otra la desplazó en el dial. Pero fue suficiente para despertar mi deseo de averiguar el alcance de esta expresión, tan concisa como fuerte, que semeja un referente común del uso de las palabras. Creo que el lenguaje, el más valioso instrumento del que disponemos para comunicarnos y desarrollar nuestras capacidades, se empobrece, aunque crezca. Sé que hay muchos tipos de lenguaje, pero en el corazón de todos late la palabra. Por eso me ha parecido un hallazgo, un hermoso y emotivo hallazgo, usar el verbo habitar como acción protectora de la palabra, que la blinda frente a los traficantes que la secuestran y la prostituyen a conveniencia.

Si algo no está habitado, está vacío. Y ese es el origen de la inquietud que me provoca la actual deriva del lenguaje hacia la vaciedad. Las palabras se prostituyen, se manosean, se usan como muletillas para disimular el uso de un lenguaje adulterado. Y algo mucho más grave: se ha perdido el respeto a la lengua, que se va empobreciendo con sucedáneos o la generalización de falsos epítetos que se anteponen a las palabras (pu…médico, pu...profe) para dar fuerza a un lenguaje plano. Pero hay que ir más allá. Hoy, cuando oye hablar en público o para el público, cualquiera puede comprobar que hay palabras que se vacían y se okupan para usarlas en el sentido que interesa. ¡Qué eficaz y perverso recurso para el engaño, para la manipulación que adultera la verdad y los principios, impunemente con un arma, inofensiva? No. Hiere sin dolor.