Seis años conviviendo con el alzhéimer: «No me quejo, mi mujer haría lo mismo por mí»

BEATRIZ ANTÓN FERROL / LA VOZ

FERROL

Jesús Iglesias Martín, de 78 años, cuida a su mujer, Conchi, de 79 años
Jesús Iglesias Martín, de 78 años, cuida a su mujer, Conchi, de 79 años CESAR TOIMIL

Jesús Iglesias vive volcado en el cuidado de su esposa desde el 2017, cuando aparecieron los primeros síntomas

22 sep 2023 . Actualizado a las 17:17 h.

Tras las frías y apabullantes cifras del alzhéimer se esconden los rostros de los que padecen ese llamado mal del olvido —entre 4.500 y 5.000 personas en la comarca de Ferrol, según datos del área sanitaria—, pero también de quienes a diario se ocupan de su cuidado. Es el caso de Jesús Iglesias Martín, un marino retirado de 78 años que convive con la enfermedad desde el 2017, cuando su mujer, Conchi Souto, comenzó con los primeros síntomas. El diagnóstico no llegó hasta el 2021 y él tardó dos años más en llamar a la puerta de Afal-Ferrolterra en busca de ayuda. «¿Que por qué no lo hice antes? Tal vez porque me sentía capaz. Estaba ya retirado, tenía tiempo y la enfermedad estaba además en su estado inicial... Ahora veo que tener ayuda es fundamental para los cuidadores, pero también necesitamos cariño y comprensión social, que la gente de tu alrededor no te olvide. Notar el apoyo de tu entorno es muy importante», reflexiona.

Jesús es ahora un fiel y activo colaborador de Afal. Por eso el pasado miércoles estuvo al pie del cañón en una de las mesas informativas que montó la asociación con motivo del Día Mundial del Alzheimer. Y por eso tampoco tiene problema en relatar su historia para el periódico. «Todavía hacer falta más concienciación y sensibilización», advierte.

Cuenta que todo comenzó hace seis años, cuando Conchi, que ahora tiene 79 años, comenzó a dar muestras de que algo no andaba bien. «Tenía olvidos y problemas de orientación y también perdió destreza manual. En el taller de costura al que iba en la parroquia del Carmen las labores ya no le salían tan bien, algo raro en ella porque siempre fue muy meticulosa», rememora. Llegó entonces la primera consulta con el médico de cabecera, la primera cita en Neurología y el primer TAC. Todo bien. Pero los olvidos y la desorientación fueron a más. Y entonces, en el 2019, comenzó otra vez «la misma rueda de citas», hasta que «la neuróloga Esther Suárez cogió el toro por los cuernos» y le dio el diagnóstico en el 2021. «Para mí fue muy duro, un impacto grande», reconoce Jesús, que confiesa que lo más difícil al principio fue asumir su nuevo rol en casa. «Yo siempre colaboré en la tareas, pero lo gordo de la intendencia doméstica lo llevaba ella. Con la enfermedad eso cambió. Ahora era yo el que tenía que enfrentarse a la dificultad de diseñar los menús diarios y me desesperaba cuando llegaba la hora de vestirla. ¿Cómo les gusta arreglarse a las mujeres? Yo no tengo ni idea de esas cosas y reconozco que al principio eso me desequilibró bastante», relata.

Todo mejoró cuando decidió asistir a un curso para cuidadores de enfermos de alzhéimer que impartió Silvia Loureiro, la logopeda de Afal, en el club naval de El Montón: «Aquello me ayudó muchísimo, me cambió el chip y me animó a llevar a Conchi al centro de día de la calle Río Castro, adonde acude desde junio de este año».

Jesús solo tiene alabanzas para el personal de Afal, porque no solo «son personas que están formadas y hacen bien su trabajo, sino que tienen verdadera vocación. Cada día reciben a mi mujer con un sonrisa», valora. Y, a él, esas cuatro horas de terapia que recibe su mujer en Afal, le suponen un gran alivio. «Poder tener algo de tiempo para uno mismo es fundamental», advierte.

Tras seis años conviviendo con el alzhéimer, Jesús cuenta que su mujer ya no puede vestirse ni asearse ni cocinar ni seguir una conversación, pero él intenta mantenerla activa sacándola a la calle, llevándola a su huerta o pidiéndole que haga de pinche en la cocina. Sabe que la enfermedad avanzará y las cosas se podrán más difíciles, pero asegura que sus fuertes convicciones religiosas le ayudan a encarar el futuro. Y, aunque reconoce que a veces pierde los nervios y se desespera, valora el momento presente. «No me quejo, sé que ella haría lo mismo por mí. Y por suerte, a Conchi no le ha cambiado el carácter. Noto que agradece mucho que la cuide y para mí sus muestras de reconocimiento son impagables».

La demanda de ayuda crece en Afal-Ferrolterra

José Otero es gerente de Afal-Ferrolterra y asegura que, desde la pandemia, la demanda de ayuda en la asociación, tanto para pedir asesoramiento como plaza en sus centros de día, se ha disparado. «Si antes atendíamos entre 90 y 140 solicitudes al año, ahora son entre 160 y 180», advierte. Afal gestiona dos centros de día en Ferrol, uno privado en la calle Río Castro, con 34 plazas, y otro público en la Casa del Mar, con 40. Estas últimas son designadas por la Xunta y están subvencionadas mediante el sistema de copago, mientras que en el de la calle Ría Castro, a pesar de ser privado, también se puede optar a ayudas por libranzas vinculadas. Jesús Iglesias no cuenta con ninguna de momento y hace frente a los gastos con la ayuda de sus hijos. Pide más apoyos y que se agilicen los trámites.