Recientemente, la ministra de educación de Suecia ha optado por el cerrojazo a la digitalización de las aulas de su país hasta no conocer los posibles efectos que este proyecto pueda tener sobre los alumnos. La clave es la siguiente: ¿es cierto que los estudiantes aprenden más y mejor sirviéndose de recursos en línea a través de una pantalla digital, esto es, sin libros?
A pesar de que nadie tiene todavía una respuesta concluyente a esta pregunta, una idea se ha impuesto: las nuevas tecnologías son el emblema de la modernidad en nuestros centros educativos. Pero, ¿estamos verdaderamente seguros de ello?
A juicio del profesor italiano Nuccio Ordine, último Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, fallecido ayer de forma inesperada, la buena escuela no la hacen ni las tabletas, ni las pizarras digitales, ni la conexión a internet. Para él, la buena escuela la hace, sobre todo, un buen profesorado, cualificado, motivado y libre de absurdas cargas burocráticas y de inagotables competencias digitales. En un mundo invadido por las pantallas conectadas a la red, ¿es necesario sobrecargar a nuestros hijos con más “tiempo digital” en las aulas (el no va más de la excelencia pedagógica para algunos)? En mi opinión, no. Todo lo contrario, las escuelas, los institutos, e incluso las facultades, deberían ser espacios libres del monopolio digital y, por tanto, abierto al mundo real, a lo humano y a lo natural.
Según el neurocientífico francés Michel Desmurget, aquellos niños que aprenden a escribir con un teclado de ordenador tienen más dificultades para memorizar y para aprender a leer que aquellos que aprenden con papel y lápiz. El desarrollo de la escritura manual contribuye al desarrollo de la lectura, y viceversa. Escribir a mano es algo que nos hace genuinamente humanos y nos diferencia a unos de otros. No hay dos letras iguales. El teclado nos deshumaniza, nos roba la personalidad.
¿Qué hacer? Sobre todo, no someternos a la dictadura de lo digital. No conozco ningún estudio que demuestre que carecer de pantallas empobrezca la educación de nuestros hijos. Sin embargo, un mundo sin libros es un mundo gris, mediocre, terrible. Ante la alarmante capacidad adictiva de las pantallas, solo cabe una medicina sanadora: dialogar, dibujar, pintar, cantar, bailar y, sobre todo, leer. En otras palabras, volver a humanizar la educación. Para ello, el denostado libro sigue siendo una herramienta inmejorable.
No se trata de hacer un elogio del papel, sino de defender una educación sólida, más humana y al margen de modas y negocios.