El Día de la Mujer se han celebrado multitudinarias manifestaciones en las que se visualizó el estado de ánimo social en relación con sus derechos. Aunque, para vergüenza de la gente de bien, en algunos casos, unos cientos de mujeres histéricas, con la bandera del feminismo y al amparo del poder de sus lideresas, arrastraron a miles más a convertir, lo que era legítima reivindicación, en un espectáculo grosero, violento en el lenguaje y las formas, que, una vez más, intenta arrebatar, a las históricas luchadoras por la igualdad de derechos de la mujer, la maternidad de un movimiento que se hizo mayor de edad, en España, sin la palanca del poder y la subvención fácil, antes, incluso, de que muchas de estas peligrosas militantes del odio y el sectarismo (que eso son, si se analiza con rigor su comportamiento) hubiesen nacido. Y el corazón de esta bitácora, que se acelera al soportar este obsceno ejercicio del poder como arma de populista manipulación, casi se para al comprobar cómo los menores, víctimas de agresiones de insoportable crueldad, pocas veces reciben la condena y el duelo que merecen desde los sillones gubernamentales. Y lo más grave, si analizamos el porcentaje que ocupan en las agendas ministeriales, deberíamos abrazar su bandera (la del menor) para exigir la protección y los recursos necesarios para erradicar el drama del abuso, el acoso, el maltrato que sufren en el vergonzoso rincón del silencio y la oscuridad que rodea estas dramáticas situaciones. Y desde esta convicción reivindico, una vez más, la creación de un espacio de estudio de la problemática del menor (llámese cátedra o instituto) en Ferrol o dónde se lo trabaje.