Sujétame la corbata

José Picado ESCRIBANÍA DE MAR

FERROL

07 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta vez hizo los deberes. El Gobierno presidido por Pedro Sánchez actuó con prontitud y eficacia. No sobreactuó, como cuando salió a la palestra a decir aquello del chuletón al punto imbatible respondiendo a la necesidad de reducir el consumo de carne que había sugerido el ministro Garzón. Bueno, el ministro Garzón, media Europa y la comunidad científica especializada. El asunto, visto ahora, pasó de ser serio a extremadamente preocupante. Hay evidencias a toneladas del impacto del calentamiento global y el cambio climático. La ciencia aporta cada año decenas de investigaciones que la ONU sintetiza con las alertas sobre la destrucción del planeta. Nuestro modelo de vida no es sostenible; cada año consumimos los recursos disponibles de la tierra en menos tiempo. Ahora, un proveedor mundial de energía, Rusia, nos está dando un nuevo revolcón. Pedro Sánchez, como sus pares europeos y occidentales, nos alienta a ahorrar energía. Es preciso bajar la calefacción, enfriar menos los edificios, consumir menos gasolina, ahorrar agua, apagar las luces, comer menos carne procedente de grandes explotaciones y, cuando se puede, prescindir de la corbata. Cuando sea posible, apostilló Sánchez ante los periodistas a cuello descubierto o descamisado o algo así, que diría Bono, aquel socialista que no lo era ni pretendía serlo.

A mí me dio que pensar la tibieza con la que Sánchez trató el trascendental asunto de la corbata. Me confirmó la teoría defendida por Wenceslao Fernández Flórez en su famoso artículo La importancia de las corbatas. El gran cronista parlamentario escribió: «El hombre, que vence a las fieras más poderosas, que domina a los elementos, que ha conseguido arrebatar a la muerte las armas de ciertas enfermedades, no ha logrado aún domeñar las corbatas». Y así seguimos, si nos atenemos a la prudente recomendación de Sánchez. Las corbatas, al parecer, poseen un alma misteriosa y no siempre se puede prescindir de ellas. Esos trozos de tela que los mercenarios croatas llevaron a Francia en el siglo XVII, las kravatas, y que tanto le gustaron a los reyes titulares de Versalles, más preocupados por los adornos del vestir que de su utilidad, se transformaron en prendas imprescindibles en el mundo de las finanzas, la empresa, la política, la milicia y toda clase de instituciones de orden protocolario y jerarquizado. Anchas, estrechas, de colores, negras, anudadas al estilo Windsor o con una lazada simple, las corbatas sólo sirven para subir la temperatura corporal dos grados y hacer que los aires acondicionados funcionen a toda pastilla. Son, dicho en corto, objetos insostenibles e inútiles, que ya no rellenan el hueco del chaleco. Y el chaleco, dónde se habrá metido…