Volátil e inconsistente

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

10 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy está muy claro que el correo electrónico ha sustituido a las cartas de toda la vida. Estuve, por curiosidad, revisando en el ordenador los emails que he escrito y recibido en lo que va de año, y ninguno de ellos pasa de 20 líneas. Con un común denominador: muy precisos, objetivos y cortos, sin implicación emotiva de ningún tipo. Escritos, casi siempre, para comunicar algo, interesarse por la salud del destinatario, felicitarlo por algún motivo, asuntos de este tipo… Cuando encuentro alguno que tiene intención de emular una carta como las de antes, noto que le falta implicación, como si fuera un cuerpo sin alma… Es que ni cuerpo tiene, pues carece de la consistencia material de las cartas de papel, que podíamos tocarlas, doblarlas y guardarlas en un cajón. No hay comparación posible.

Mientras voy revisando en la pantalla los correos, me reafirmo en la idea de que, por desgracia, se acabaron seguramente para siempre los admirables epistolarios que nos han legado muchos de los grandes escritores de la literatura universal. Especialmente prolíficos en este género epistolar fueron los novelistas del siglo XIX. Las cartas que escribió Flaubert, por ejemplo, están recogidas en varios libros que suman más de 3.000 páginas. Y de su compatriota Stendhal se han editado seis tomos que alcanzan las 6.000 y parece que aún el epistolario no está completo. Y está el de Proust, el corresponsal más prolífico de todos. Son cartas escritas desde su juventud hasta ya entrados en la vejez. A través de ellas se pueden rastrear perfectamente sus estados de ánimo en el momento en que las redactaron. Cada una de ellas es el reflejo de un instante de su vida y de lo que estaba aconteciendo a su alrededor.

Y es que las cartas existen en el tiempo real; en cada una de ellas hay una dosis, mayor o menor, del presente de quien las escribe. Pasa el tiempo, cambian las cosas, la vida va cumpliendo su tarea, pero lo que se escribe en las cartas sigue estando siempre en presente. Yo no sé lo que fue de mi compañero de litera en el cuartel; no sé si siguió o no con la novia que tenía en su pueblo marinero. Pero sé que las cartas que le escribía cada semana y que me daba a mí para que pusiera las haches, bes y uves donde correspondía, reflejaban perfectamente el estado de entusiasmo o desánimo que mi compañero vivía en esos momentos.

Porque las cartas personales nos dejan también un retrato muy certero del panorama social y político del entorno en que fueron escritas. Ningún historiador ha reflejado mejor el dolor y la destrucción de la batalla de Stalingrado que un estudio publicado hace unos años por la editorial Crítica, en el que su autor recoge las cartas y los pequeños cuadernos que escribían los soldados, encontrados en los bolsillos al registrar sus cadáveres helados. En estos papeles, escritos en las trincheras, se puede calibrar, mejor que en ningún tratado de historia, todo el horror de aquella bestial masacre. Para entender toda la crueldad y el sufrimiento que se está viviendo actualmente en Ucrania habrá que esperar a que alguien reúna en una publicación todas las cartas que se podrían estar cruzando entre los soldados que están en el frente y sus respectivos familiares, rusos y ucranianos, o entre los refugiados en Europa y los que se han quedado defendiendo Ucrania. Lo malo es que, seguramente, la comunicación ya no será por carta sino, por desgracia para la Historia, por el correo electrónico imperante o por WhatsApp… Todo se hace volátil e inconsistente.