Los libros y la vida

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

08 mar 2022 . Actualizado a las 00:00 h.

Acabo de leer un ensayo sobre la gran importancia que han tenido algunos libros en la evolución de la Humanidad. Quedé un poco sorprendido porque de la relación que se cita, ninguno de ellos ha influido en mí de forma especial. Quizá porque un listado de este tipo nunca se puede hacer objetivamente, pues los libros no influyen del mismo modo en cada uno de los lectores: la lectura es un acto muy personal y cada uno la vive de una manera distinta. Cuentan la sensibilidad de cada cual, la cultura y hasta del momento en que se lee esa obra.

El ensayo citado habla de 50 libros que van desde Civitate Dei, de San Agustín, hasta La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud, pasando por Hamlet, de Shakespeare, El Quijote de Cervantes, La Utopía, de Tomás Moro, Los ensayos de Montaigne, la Enciclopedia, de Diderot y D’Alambert y El Capital, de C. Marx. Se trata, sin duda, de obras que han tenido gran importancia en el desarrollo de la cultura y de la sociedad. Para mí, también, claro, pero de los treinta y tantos de esa lista que leí, no recuerdo que alguno me haya causado una impresión imborrable. En cambio, no olvido el impacto emocional que me causó la lectura de Robinson Crusoe, que no figura en ella y que leí en el colegio en una edición juvenil. Sin duda influyeron mis circunstancias personales: tenía doce años y estaba en un internado. Pero el caso es que Robinson fue para mí el ejemplo a seguir en la vida: no darse nunca por vencido, buscar siempre soluciones a los problemas que se van planteando, estudiar la forma de salir adelante en situaciones adversas, desarrollar una gran inventiva para superar las adversidades y los sufrimientos. La vida en el internado también era dura, y de Robinson aprendí que hay que sacar lo mejor de cualquier situación por muy adversa que parezca.

El ejemplo de voluntad y resistencia que yo encontré en un libro, pueden encontrarlo los niños de hoy en un personaje real y popular, como es el gran tenista Rafa Nadal. Que nunca se rinde, que nunca presume de sus victorias, que supera con pundonor sus limitaciones físicas y que es un ejemplo de deportividad y de señorío. Creo que en los centros en donde se preparan los futuros profesores de Educación Física debería haber una cátedra que se llame Rafa Nadal, en la que se enseñase a ser grandes deportistas, pero también a ser unas personas con los valores humanos que engrandecen la figura de este extraordinario tenista.

Y el caso Nadal me hace reflexionar sobre algo que me sonroja porque evidencia el talante enfermizo que revela la actual sociedad española: a Nadal lo ha felicitado todo el mundo por su último éxito en Australia. Políticos de todo signo, artistas, deportistas, lo mismo que multitud de ciudadanos de a pie. Pero hubo excepciones: los independentistas vascos, catalanes y gallegos no se dieron por enterados. Ni Pablo Iglesias, tan amante de los deportes y tan prolífico en Twitter, ni ningún miembro significado de Podemos han hecho la mínima mención (ya ni hablo de mostrar su alegría) por el récord conseguido por Nadal, celebrado por la inmensa mayoría de la sociedad española (Yolanda Díaz fue la excepción: se ve que los gallegos somos menos sectarios).

A ese grupo de resentidos políticos, que menosprecian a un gran deportista porque lo consideran un facha —es que presume de ser español, se retrata con la bandera de España y se hizo millonario con el sudor de su frente— les recomendaría yo leer esos 50 libros, uno tras otro, a ver si aprenden algo, aunque lo dudo.