Torreón y linterna

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

15 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada mes de agosto el mundo se acuerda de los faros. La celebración de un homenaje comenzó en América del Norte y se transformó, poco después, en el Día Internacional de los Faros. Se trata de un breve recordatorio que, a juicio de quien les escribe, merecería algún acto de mayor enjundia, al menos en estos lugares que nacieron, viven y tienen su razón de ser al lado del mar.

En 1847 entró en vigor el Plan General para el Alumbrado Marítimo de las costas y puertos de España. Había 21 faros en funcionamiento y el plan contemplaba la construcción de 105 nuevas torres. Se trató, conviene recordarlo, de un proyecto muy ambicioso que, esto es noticia por su rareza, se llevó a cabo. «El de los faros fue, junto a los ferrocarriles y las carreteras, uno de los programas de obras públicas más ambiciosos de la época», se dice en una monografía publicada por el Ministerio de Fomento.

Se ejecutaron con prontitud las obras de 10 faros de diferente orden y 8 luces menores en Galicia. Entre ellos estaban el Faro de Cabo Prior y la luz de puerto de Prioriño. El faro de tercer orden de Cabo Prior se iluminó en 1853 con una luz blanca de 15 millas de alcance. Mantiene su «sagrado servicio» desde entonces con diversos cambios y actualizaciones. En 1974 se electrificó, se instaló una linterna cilíndrica, óptica catadióptrica y nuevo mecanismo de rotación. Un año más tarde, en 1854, se encendió la luz de Cabo Prioriño. Era una luz fija variada por destellos rojos, suministrada por una lámpara de aceite. Destinado a señalizar la entrada a la ría de Ferrol, situado en el extremo occidental de su costa norte, pronto se complementó con una pequeña luz en la punta del Segaño. En 1977 se instaló en Prioriño un radiofaro con reflector pasivo de radar acoplado.

El alumbrado de la costa era, ya lo dijimos, una prioridad de Estado. Los faros se diseñaron por los ingenieros de obras públicas como torres de piedra de cantería que debían asentar firmemente el torreón y la linterna. A sus pies, compactos y austeros edificios de torreros, con vivienda, almacenes de repuestos, cuartos de inspección y hasta espacio para las armas necesarias que permitieran defender tan importantes emplazamientos. Se creó la primera Escuela de Torreros de Faros de España en la Torre de Hércules, bajo la dirección de Agustín Antelo, quién escribió en 1850 la Cartilla de Instrucción para servicio de los faros catadióptricos. Un año más tarde, en 1851, entra en vigor el Reglamento del Servicio de los torreros de faros, y así hasta hoy. Ya casi no quedan torreros (técnicos de señales marítimas) pero ahí están, por siempre, los faros, en pie, alumbrando las líneas tortuosas de las costas limítrofes entre la mar y la tierra.