Palletas

José Varela FAÍSCAS

FERROL

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Creo que por entonces Jacinto Hernández ya cursaba Medicina en Santiago, alojado en una pensión de la avenida Rosalía de Castro. Éramos inseparables, como Ortega y Gasset o así, y una de las razones que nos unía era la pasión por la gaita. Habíamos adquirido unos punteiros torneados por Paulino Pérez, que tenía su obrador en un bajo de la Diputación de Lugo que daba a la muralla romana, una zona con grandes árboles frondosos. Nuestros punteiros anteriores, obra de O Vaca, se habían quedado inapropiados para el nivel que nos habían proporcionado el maestro Bellón. Jacinto, inquieto y pertinaz, había entablado amistad con el luthier compostelano Basilio Carril, y necesitábamos palletas para nuestras alboradas veraniegas y ensayos contumaces, así que un día decidimos acercarnos al taller del artesano, en la rúa de San Pedro, y allí nos recibió atento y ceremonioso. Hablamos de lo divino y de lo humano, como es habitual en estos casos, y, finalmente, nos extendió una caja de habanos mediada de cañas para que eligiésemos. Sucesivamente fuimos seleccionando las palletas -más blandas y de un timbre más meloso que las de Paulino Pérez-, tras asentarlas en los punteiros. Pasamos unas horas absortos en calibrar el color y el brillo de aquel sonido. Finalmente, llegamos a seleccionar media docena de piezas. Cuando, exhaustos, le dijimos cuáles queríamos llevarnos, el ladino artesano fingió sorpresa y nos dijo: «Vaya, no os advertí de que había mezclado las que preveía reservar para mí entre todas, y, mira, habéis dado con ellas. Deberéis buscar otras». Del episodio, no me llama la atención el descaro del viejo gaiteiro sino la docilidad de los aprendices: efectivamente, elegimos otra media docena. Quiero creer que las mejores de entre las que pudimos.