Terracistas

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

07 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los ilustres académicos de la RAE no consideran que la palabra terracista merezca un lugar en el Diccionario de la Lengua. Los letraheridos académicos de café, sí. Fue Ramón Gómez de la Serna el que más y mejor recreó el término terracista aunque no precisamente para dejar a los practicantes de esta costumbre en buen lugar. Decía que los terracistas eran gentes de verano, intrusos en la vida de los cafés cargados de historia. Los terracistas eran como veraneantes ocasionales, más propios de las horchaterías, cervecerías o chiringuitos populares que de los cafés de toda la vida. Ni que decir tiene que a esta opinión se podría sumar la de otros muchos académicos de café españoles, como Corpus Barga, Díaz Cañabate, González Ruano, Jardiel Poncela, Eduardo Zamacois y también gallegos: Valle Inclán, Julio Camba y Torrente Ballester, por citar a algunos. Y es que la terraza y el terracismo en España no tuvo, al menos en sus inicios, el mismo predicamento que en el extranjero. Hay que ver cómo les gustaba contemplar el mundo desde las terrazas a clásicos como Henry James, Sartre y Albert Camus, éste con la arraigada costumbre de sentarse en las terrazas de los cafés de Orán para «ver pasar bellas mujeres».

Los terracistas ferrolanos lo tienen especialmente difícil. Las terrazas no encuentran su lugar, salvo algunas excepciones. Que si la lluvia, que si las aceras son estrechísimas, que si ahora hay que dejar las aceras libres y ocupar las calzadas, que a ver por dónde pasan los vehículos, que si las terrazas de las plazas están perimetradas por calles con coches aparcados y circulando y los camareros se juegan el tipo en cada comanda, que si sopla el nordeste y te hielas y si sopla el suroeste te mojas, y todo así.

La escasa costumbre terracista no facilitó la adaptación del ferrolano al nacer, por lo que en el código genético no hay ni rastro de esta afición. Con esto el ferrolano no nace, tiene que hacerse. Nace con gusto por el arroz con leche, con ganas de cantar en las tabernas, diciendo ¡opa! antes que mamá, con inquina hacia los cascarilleiros, sabiendo afilar los lápices con navaja y diferenciando el café de Colombia de todos los demás. Pero no trae de fábrica el gen del saber estar en una terraza y eso es un asunto grave y peliagudo para el futuro inmediato. Esta primavera las sillas de las terrazas serán un bien escaso, altamente cotizado y dificilísimo de capturar. El virus mortífero nos cambiará las costumbres -lo está haciendo ya- a base de contagios, hospitalizaciones y muertes. Saldremos más a la calle buscando espacios abiertos y evitando los cerrados. Las terrazas le ganarán el pulso a los coches, como en la Europa de los cafés y los paseos admirada por Steiner. Veremos.