Bibliofilia

José Varela FAÍSCAS

FERROL

28 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Al abrir un libro por primera vez, revivo la impaciente ansiedad que en mi niñez precedía al rasgado de un sobre sorpresa o uno de cromos, si tenía la colección madura. La perversión sedimentada a lo largo de los años pringa hoy el gesto de despegar las páginas, si acaso, con una sombra lúbrica desconocida entonces. Empezar un libro, en cualquier caso, sigue asomando a uno a la tentación de abismarse en un mundo desconocido sin más pertrecho que el ánimo atávico de indagar qué hay detrás; como fisgar por el ojo de una cerradura. Los libros son como naipes de una baraja infinita que la vida da en manos aleatorias a medio camino entre el azar y la búsqueda intencionada cuando no a ciegas. Pertrechados con ellos en el zurrón de la memoria, tal que puertos difuminados en la bruma, pacientemente vamos dibujando nuestro portulano intransferible. Como nos desveló Cortázar, siempre hay más de una lectura posible de un texto; inimaginable la cantidad si agitamos el morral. Irene Vallejo nos enrola en El universo en un junco en un periplo deslumbrante que nos incita a navegar sobre un tejido textual rico, sedoso y elegante con páginas de evocadora belleza inusuales en un tratado. Es un ensayo para degustar sin prisa, paladeándolo, conteniendo el apremio para prolongar el disfrute; y también un pantalán de embarque a circunnavegar la historia del amor -y del odio- a los libros desde su balbuciente origen, de una pasión palpitante que se transmite al lector. Es un libro sobre libros, una golosina para letraheridos. Un regalo para el espíritu, que llegó a mis manos por la generosidad de ese sabio e infatigable explorador de saberes que es don José Seoane. Gracias.