Poeta errante y seductor

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

18 jul 2020 . Actualizado a las 22:32 h.

Era el día anterior a las elecciones autonómicas gallegas y no era cuestión de hablar de política. Somos amigos por encima de cuestiones ideológicas, pero el tema siempre acaba suscitando pequeñas controversias. Por eso decidimos aparcar este asunto y hablar de lo que fuera surgiendo. Y alguien habló de poesía y logró interesarnos a todos. Entre otras cosas porque salió el nombre del poeta alemán Rilke, que es uno de mis favoritos entre los extranjeros. Lo conocí accidentalmente y bastante tarde, por recomendación de Torrente Ballester, que había traducido al español una de sus principales obras, Elegías de Duino, y que lo consideraba una de las principales figuras de la poesía europea del XX, así como el prototipo del intelectual de la época (primer cuarto de siglo). El caso es que a mí la poesía de Rilke me gustó, pero me interesó más su biografía, porque consiguió vivir como poeta, es decir, consagrado a la poesía, dispuesto a renunciar a todo lo que no tuviese que ver con la belleza y el arte poético. Y Rilke fue, en esa mañana de sábado, también el centro de atención mientras tomábamos unos cafés y no tuvimos necesidad de hablar de política ni del coronavirus politizado.

Para encuadrar al personaje hay que decir que Rilke es un hombre desclasado, contradictorio, psicológicamente complejo y muy inadaptado al mundo que le tocó vivir. Esta inadaptación viene ya desde la cuna, pues su madre no pudo superar nunca la muerte de su hija primogénita y trató a su segundo hijo, el poeta Rilke, como si fuera una niña, pues así lo vistió y educó hasta los cinco años, cuando acabó abandonándolo. El trauma del abandono materno quedará para siempre en el subconsciente del poeta, con su carga melancólica y triste que se trasladará a la poesía y, quizá, a su manera de relacionarse con las mujeres. Y llega un momento en que se siente poeta y empieza a escribir. Se suceden sus libros y su prestigio aumenta con cada uno de ellos. Y ahí empezará también su largo camino de conquistas amorosas, que fue una manera de vivir la poesía y ejercer de poeta exquisito. Primero fue una condesa, con la que ensayó una forma peculiar de conquista amorosa que repetiría muchas veces en su larga experiencia sentimental: se iniciaba con una aproximación desde la ternura, con unos versos inflamados de pasión, y una vez lograda la seducción de la dama, se marchaba a otro lugar, pero seguía manteniendo con la enamorada una relación epistolar en la que evocaba los dulces recuerdos de los momentos vividos. Sus versos servían para acumular amantes que siempre tenían un apellido largo y una fortuna considerable. Su poesía le servía, pues, para vivir, para amar y para relacionarse con la élite social y cultural de la época. Una de sus amantes fue la rusa Lou Andreas-Salomé, a la que Rilke conoció siendo él muy joven, cuando ya ella había tenido relaciones amorosas con hombres del máximo nivel intelectual, como Nietzsche, Freud e Mahler. Tuvo momentos malos en su vida, pero siempre los llevó con dignidad, sin renunciar nunca a su papel de poeta. Rilke pasaba de los altos salones de duquesas y condesas a las pensiones de mala muerte a las que tuvo que acogerse con bastante frecuencia. Pero en el medio de la miseria, siempre acababa recibiendo una invitación: podía ser de Rodin, en París, del que fue secretario, o de cualquier condesa a la que enamorara con sus versos. Hubo pocos poetas que rentabilizaran mejor su poesía.