Puertas cerradas

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

05 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

e acabó el curso escolar, un «cursus interruptus», con la anomalía que ello conlleva. Desde hace ya un tiempo, la ministra del ramo decidió darle carpetazo a todo lo que sea educación presencial en las aulas de colegios e institutos. Nuestros alumnos pudieron hacer vida normal por la calle, sentarse en la terraza de un bar, ir al cine o pasear en grupo por cualquier lado, pero desde el primer minuto les negó la posibilidad de asistir a clase, en grupos reducidos, en días alternos o de la manera que se creyese más conveniente. Por si no estaba claro lo poco que importa la educación en España, el coronavirus nos dejó un retrato perfecto. Mientras otros países también castigados por la pandemia (Portugal e Italia, sin ir más lejos) trataron de que sus alumnos pequeños y mayores aprovechasen el mayor tiempo posible de un curso escolar complicado, aquí se les cerraron las puertas de los centros, aunque de muy buenas maneras: con la promesa de que «nadie se va a quedar atrás» porque nadie va a repetir curso y todos van a llevar muy buenas notas. Según la prensa de esta semana, los aprobados han aumentado un 20 %, hay un 26 % más de titulados que en años anteriores y más alumnos que nunca en las pruebas de Selectividad.

Todavía hoy, la señora ministra que gobierna esta parcela tan importante no tiene claro cómo va a organizar el próximo curso, pero ello no es óbice para que siga empeñada en sacar adelante una nueva Ley de Educación, que será la octava o la novena desde la implantación de la democracia. Y se anuncian ya cosas que son para echarse a temblar, pero tiempo habrá para hablar de ellas. Lo que me gustaría decirles hoy a la ministra y a su séquito de pedagogos, psicólogos, técnicos e inspectores -muchos de los cuales no han pisado jamás un aula como docentes, con alumnos de carne y hueso delante- es que tratar por todos los medios de que no vayan quedando por el camino alumnos fuera del sistema educativo es muy loable. Son necesarios profesores de apoyo y grupos específicos para aquellos que presenten más dificultades en el aprendizaje… Hay que atenderlos, pero haciendo frente a una realidad que no se puede ocultar. Porque hoy, como siempre, hay alumnos que no quieren estudiar, que no ponen la mínima voluntad para aprender algo en clase, que son un freno y una rémora para el resto del grupo que sí quiere trabajar y estudiar. Y nos encontramos con que esos alumnos pasan de curso por «imperativo legal», sin aprender nada, acumulando un enorme retraso en su formación, varados en un nivel mínimo de conocimientos en todas las materias. Esa desigualdad respecto a sus compañeros de aula acaba provocando en ellos problemas emocionales o de conducta de muy difícil solución y que pueden derivar en actitudes conflictivas y hasta agresivas. Este panorama es algo real, que todos los profesores, desde la implantación de la LOGSE hasta aquí, hemos conocido y sufrido. Por eso, quienes se pongan a trabajar en esta nueva ley, tienen que tener en cuenta esta experiencia de muchos años y de mucha gente. Hay que plantearse seriamente qué hacer con esos alumnos que no pueden o simplemente no quieren seguir la marcha normal de su grupo. Sin duda, hay que atenderlos, y con mucha atención, además. Pero de otra manera a como se vino haciendo hasta ahora. Combinando unas clases teóricas básicas con aprendizaje complementario de oficios en empresas adecuadas son experiencias probadas positivamente en otros países. Que lo piensen bien.