Al parecer las corporaciones de estos municipios tienen pensado mantener la fiscalidad actual en los presupuestos de este año y ya no hablan del contencioso sobre el agua que suministran a sus poblaciones y que procede del pantano de As Forcadas, cuya gestión corresponde a la ciudad naval. La falta de acuerdo para solucionar este enquistado problema, sin presión de nada ni de nadie, es por la falta de serenidad de juicio en los gestores naroneses que, desde sus ámbitos políticos, una y otra vez vienen desoyendo la petición de sus colegas ferrolanos de que el recibo del agua lo deben pagar igual los vecinos de ambos municipios.
Lo lamentable es que con esta algarabía lleva un tiempo sin encontrar una deriva argumental que convenza, y no es fácil de entender cómo entre políticos vecinos no hay más colaboración y respeto para llegar a un acuerdo y zanjar de una vez un problema que en un colegio de infantiles duraría un minuto y sin la intervención del profesor. Lo mejor de esto, si es que se puede decir así, es que se está llevando sin vejaciones verbales, tan frecuentes en la política, y ojalá siga, porque cuando el respeto se pierde los que perdemos somos todos, empezando por los más débiles.
Así pues, ante la incapacidad manifestada para llegar a acuerdo sobre el recibo del agua, desde el derecho que les asiste a afectados económicos, propusieron en varias ocasiones una exitosa mesa de negociación, con cláusula de rescisión, y buscar a los carpinteros que trabajen sin distorsionar la realidad, que saquen un acuerdo y lo trasladen a las autoridades. Les recomendaría antes de la primera reunión la lectura que sobre el progreso de un país hace el cantautor Serrat, seguro que acabarían dando un brusco volantazo a la situación y desencuadernarían tanto papel escrito que debe haber en los archivos municipales de esos consistorios.
Y tampoco estaría de más conocer sobre este asunto una opinión diáfana del alcalde socialista Ángel Mato y de la alcaldesa Marián Ferreiro, una política que nació al calor de un partido galleguista que por su composición es más español que la tortilla de patata. Y que ambos con los andares de máximas autoridades locales y, al modo gallego, olvidando sus pretensiones pretéritas para ayudar a poner fin a este ninguneo, cojan el asunto por los cuernos. Como diría un paisano: «a vaquiña polo xusto precio».