Casi en silencio

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

19 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Borges, naturalmente con mejores palabras que las mías, decía que la amistad es una de las más altas formas de relación que existen entre los seres humanos, toda vez que ni siquiera requiere de la frecuencia en el trato. Y eso es cierto: todos tenemos amigos verdaderos a los que nos unen lazos de afecto tan intensos que no sufren ni el más leve deterioro por la distancia. La lejanía no provoca erosión alguna en la confianza que más une. Porque la confianza verdadera, que se asienta sobre la lealtad, no precisa ni de la cercanía ni de confidencias excesivas. En las conversaciones entre amigos, y salvo en circunstancias excepcionales, lo más elegante es evitar siempre, creo yo, toda alusión a la intimidad. Y esto puede sonar extraño, ya lo sé. Pero estoy convencido de que la amistad no precisa de palabrerías. Es más: uno puede pasar horas junto a un amigo (por ejemplo, camino de Caaveiro) sin decir casi nada. El silencio es muy importante, siempre, aunque vivamos en un tiempo que parece temerle. Sin silencio no hay música, ni es posible escuchar bien. Para dialogar de verdad, sobre todo con uno mismo, conviene recuperar el hábito de hablar poco. Al corazón se le siente mejor así. Y lo mismo pasa, en mi opinión, con la fe en lo que no vemos. Hace un instante leía yo que los amigos de Kipchoge, el atleta keniano, ferviente católico, que la pasada semana corrió en Viena un maratón en menos de dos horas, fueron a la iglesia juntos, tras ver la carrera por televisión, para dar las gracias. Y me acordé de lo poco que habla él. Mientras se dirigía a la meta, sumando kilómetros, tan concentrado, me dio la impresión de que, a menudo, rezaba, Pero, claro, eso yo no lo sé a ciencia cierta.