Ciervo volante

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

12 jul 2019 . Actualizado a las 22:38 h.

El nombre científico, según acabo de ver ahora mismo, es lucanus cervus. Y es el ciervo volante, ese maravilloso animal cuyo nombre parece invitarnos a soñar con un venado dotado de alas, aunque en realidad se trata de un escarabajo (el más grande de todos ellos, suele decirse; y ya sabrán disculparme, si estoy equivocado, quienes navegan por los inmensos mares de la ciencia con mayor acierto que Servidor de Ustedes) al que en Escandoi, cuando aún abundaban estos insectos, se le llamaba vacaloura o escornabois, de las dos maneras. El constante maltrato al que este siglo nuestro está sometiendo al medio ambiente ha llevado al ciervo volante al borde de la extinción. Y en su caso se da la circunstancia, además, de que, al tratarse de un modestísimo insecto, no suele despertar las simpatías que suscitan, en cambio, grandes felinos como el tigre de Bengala o majestuosas aves como el búho real. Me encontré uno -un ciervo volante, quiero decir- a unos metros de mi casa, y me dio una alegría inmensa verlo. Aunque se conoce que yo no desperté en él la misma simpatía, porque cuando me acerqué para fotografiarlo me puso mala cara, como si quisiera meterme miedo. Me habría gustado verlo volar un rato, pero se quedó allí, donde lo encontré, tranquilamente, muy cerca de donde el río Cádavo pasea por Fene. Cuando el mundo era joven y la televisión solo se podía ver en blanco y negro, se aseguraba que los escornabois (o vacalouras, o como prefieran) daban muy buena suerte siempre. ¡Ah...! Y se me olvidaba decir, por cierto, que el primer naturalista que dirigió su atención hacia estos escarabajos prodigiosos fue ni más ni menos que Linneo.