Fragilidad

Jose A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

05 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo delante de mí una fotografía de la catedral de Notre Dame de París realizada después del incendio que devoró su techo a principios de la Semana Santa. El tejado cubierto por un plástico, las paredes y rosetones ennegrecidos, la sensación de ruina y abatimiento se ha apoderado de la silueta grácil y esbelta de la famosa catedral, insignia mundial del arte gótico. Lo primero que se me ocurre pensar ante esta fotografía deprimente es constatar, una vez más, lo frágil que es todo lo que nos rodea, desde la vida humana hasta las obras de arte centenarias. Parece increíble que una construcción que lleva en pie más de ocho siglos, soportando revoluciones y guerras destructoras a lo largo del tiempo, sufra un incendio pavoroso que a punto estuvo de destruirla justo en la época más avanzada tecnológicamente, con todo tipo de ingenios mecánicos a mano, hasta el punto de que su destrucción estaba siendo televisada en directo a todo el mundo.

Realmente es paradójico: con tantos recursos técnicos y humanos como tenemos actualmente, y resulta que esta joya artística nunca estuvo a lo largo de los siglos en semejante peligro de destrucción. Yo creo que tuvo que haber alguna influencia maléfica, como la del cruel y malvado archidiácono Claude Frollo, personaje de la novela Notre Dame de París, que escribió el gran Víctor Hugo en 1831. O la maldición de Quasimodo, el jorobado, tuerto y patizambo campanero de la catedral, que vivía oculto entre las dos torres que se salvaron, consumido en el amor que sentía por la bella gitana Esmeralda, que bailaba para los transeúntes en el patio de la fachada. Leí la novela mucho antes de visitar la catedral de París, una maravilla arquitectónica. En esa lectura juvenil, la iglesia se convirtió para mí en el personaje principal de la obra. Y creo que ese era también el interés del propio Víctor Hugo, que ya en las primeras páginas la describe así: «la inmensa iglesia de Notre Dame, que, recortándose sobre un cielo estrellado con la negra silueta de sus dos torres, de sus muros de piedra y su grupa monstruosa, parecía una enorme esfinge de dos cabezas, sentada en medio de la ciudad...».

Pero mientras sigo mirando la fotografía del periódico, con la imagen deprimente de Notre Dame casi en ruinas, me acuerdo de una frase del escritor francés Paul Valery, que viene muy a cuento. También le impresionaba mucho a Josep Pla, que la repetía con frecuencia. Era muy corta, pero tremendamente preocupante: «La horrible facilidad de destruir».

En estas palabras se condensa una de las grandes tragedias de la civilización y de la propia vida humana. ¡Qué fácilmente se destruye lo que con tanto tiempo y trabajo se ha construido! Es mucho más fácil deshacer que hacer, y no sólo obras materiales, como edificios y enseres de cualquier tipo, sino también obras solidarias y proyectos humanos. Y las creaciones de la propia Naturaleza: el crecimiento de un árbol es lento e invisible, se necesitan años para que alcance su madurez, pero sucumbe en pocos minutos al fuego que provoca cualquier desalmado.

Todo lo que importa se consigue con perseverancia, esfuerzo y dedicación. Pero no debemos olvidarnos de que seguirá siendo frágil, expuesto a que alguien lo destruya fácilmente. Además, la destrucción tiene la virtud de la espectacularidad y de lo apocalíptico. Parece como si la maldad tuviese un atractivo del que carece la acción callada de la Naturaleza y las buenas obras de los humanos.