Saldos literarios

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

29 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos días en los grandes almacenes todo está de rebajas. Hasta hay una estantería atiborrada de libros a precios de saldo, con grandes etiquetas que anuncian su precio actual, muy por debajo del que tuvieron en sus buenos momentos. No sé por qué, pero siento pena de ver tantos libros amontonados como zapatos pasados de moda, apilados como mercancías fallidas. Están bastante separados de los libros que son actualidad, que figuran en la lista de best sellers, y que la gente mira y toca con más cuidado. Nadie recuerda que muchos de ellos también fueron noticia en su momento, algunos conocieron cierto éxito de ventas al rebufo de campañas publicitarias muy bien orquestadas por las editoriales implicadas. Pero, pasado el revuelo propagandístico, empezaron a dar tumbos por las librerías comerciales hasta llegar a esta especie de desguace donde yo los contemplo casi con pena. Hay, también, algunos curiosos mirándolos: los revuelven sin prestarles demasiada atención, casi sin respeto. No podrían entender que, entre ellos, hay algunos que fueron éxitos de ventas hace muy pocos años. Libros que respondían a unas modas del momento, que se sustentaban en el gusto de una época, que respondían a las preocupaciones e intereses de una generación determinada. Y también, entre tanto papel inútil que ya nadie va a leer, sumidos en una melancolía irrecuperable, me encontré con algunas obras maestras que no merecían ese olvido. Los nombres de Stendhal, Flaubert, Baroja y Blasco Ibáñez me sorprendieron entre tantos autores casi desconocidos. Sus obras no eran de las más significativas de cada uno de ellos, sin embargo el estar allí, en ese rincón del olvido literario, podía tomarse como un agravio para su memoria y su prestigio. Pero, en el fondo, siento pena por cada uno de los autores de esos libros, sean famosos o desconocidos: ellos han escrito sus obras con esfuerzo, con dedicación plena, con ansias de que se les leyese y se les reconociese su trabajo. Y ahí están algunas de sus obras en un silencio y en un olvido que les resultaría muy doloroso.

Mientras voy revolviendo en las estanterías de estos libros a los que el público lector le ha dado la espalda, no puedo dejar de tener en cuenta que en España se editaron el año pasado casi noventa mil títulos, que para un país poco lector como el nuestro, es una cantidad desmesurada. El mundo editorial se queja del bajo rendimiento económico que obtiene, pero la realidad es que el número de libros en circulación es más que considerable. La pena es que muchos de ellos, como es el caso de los que tengo delante, acabarán en almacenes del extrarradio con tejados de uralita, esperando a ser reciclados o a ser, sencillamente, destruidos. Quizá la solución a la indignidad que sufren estos libros esté en aumentar las ediciones digitales, que están siendo un 28 % de todos los publicados. Por lo menos nos evitaríamos este triste espectáculo que estoy comentando. O también, y no es cuestión menor, en que no se publiquen libros tan frívolamente. Quien no tenga nada que decir, que se abstenga de hacerlo. Razón tenía aquel crítico inglés que acudió al estreno de una obra de teatro. Al día siguiente, la crónica que publicó en el periódico, en vez de tener las dos columnas habituales, la redujo al siguiente comentario: «ayer el autor (fulano de tal) estrenó en el teatro Nacional su obra (añadía el título): ¿por qué?».