Una lección

José Varela FAÍSCAS

FERROL

23 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las primeras gaitas que recuerdo eran unos instrumentos toscos. Incluso en el Toxos e Froles, donde tocaba con Jacinto y Carlos. Apretar o aflojar el aro metálico de la palleta, raspar sus lengüetas, acortarla, mojarla, introducirla más o menos en la embocadura, ocluir con cera parte de algunos agujeros, adaptar la presión del fol… formaban parte del arsenal de trucos del gaiteiro. Aún así, ni se nos pasaba por la cabeza soñar con que el instrumento llegase a encadenar una escala cromática. Hasta que, allá por los años sesenta del pasado siglo, apareció por el Toxos un joven moreno, menudo, de mirada directa, algo mayor que nosotros, que había tocado en el centro gallego de París. Llegó con un punteiro que parecía un nazareno: con cinta adhesiva sobre los agujeros, con algunos agrandados con navaja, otros semiocultos con masilla, una presilla de latón… pero era capaz de afinar una escala y sus medios tonos. Era Pepe Coira: había sometido su viejo punteiro a una severa cirugía para obligarlo a tocar su música. La que lleva en el corazón y en el alma: el instrumento no era más que un medio, lo esencial era la efímera y frágil música, no la integridad del punteiro, y no podía tolerar que no afinase: no importa la apariencia, hay que llegar a la esencia. Qué gran lección. Desde entonces no he dejado de admirarlo -recuerdo como un prodigio alguna vieja canción parisina con la armónica de cambio, de la que fue un niño prodigio-, con el clarinete, con la flauta travesera, con la flauta dulce, con el saxo: por encima de todo está la música. Nunca he conocido a un músico tan vocacional, tan entusiasmado, tan irremediablemente unido a la música. Recibe, con el homenaje, una muestra del afecto de cuantos nos tenemos por sus amigos.